EVANGELIO
El esposo está con ellos.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 2, 18-22
En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno, vinieron unos y le preguntaron a Jesús:
«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta:
«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar.
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto, lo nuevo de lo viejo, y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
Palabra del Señor.
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Un antes y un después.
Muchas veces queremos que las cosas cambien, y si seguimos a Cristo, esos cambios se producen. Sin embargo podemos resistirnos a que sean definitivos, básicamente por dos motivos: La tibieza del corazón, hace que la conversión no llegue a producirse del todo, y se camina entre dos aguas. El segundo motivo son los prejuicios, es decir, que no reconozcamos los cambios presuponiendo que va a actuar o a pensar como actuaba y/o pensaba antes.
“A vino nuevo, odres nuevos”. La conversión es una transformación del corazón. No podemos mezclar lo que había en mí antes con lo que hay después de la conversión, porque podemos hacernos daño o hacer daño. Poco a poco, si seguimos a Cristo puede ir convirtiéndonos en Él. Esto que reconocemos por la fe, puede ser una realidad en nuestro esposo, y por la fe, tenemos que entender que mi esposo ya no es el que era. Cristo lo hace todo nuevo.
La conversión en la mayoría de los casos va siendo gradual, por tanto, es necesario que pasemos página día a día sobre el pasado de nuestro esposo. Que nos perdonemos mutuamente todos los días y nos demos la oportunidad mutuamente de ser odres nuevos capaces de contener el nuevo vino que nos sirve nuestro Señor.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Marga: Qué horror de película, qué desagradable ha sido. Desde luego, es la última vez que me trago una película así.
Antonio: Pero bueno, y ¿por qué la has visto entera y no me has dicho nada?
Marga: Porque si hubiera dicho algo, me habrías dicho que soy demasiado exigente con las películas, como ya has hecho otras veces.
Antonio: Marga, desde muy al principio de la película, te he dicho que me parecía muy rara y tenía pinta de ser desagradable, y te he preguntado expresamente si la cambiaba, y no me has contestado que “sí”. Te encogías de hombros como si te diese igual. ¿A qué viene esa queja ahora? Además, ojalá la hubiéramos quitado, porque a mí tampoco me ha gustado nada y me ha dejado muy mal sabor de boca.
Marga: Pues tienes razón, Antonio. Perdóname, por favor. He dado por supuesto que me dirías lo que me has dicho otras veces y te he prejuzgado, cuando tú es verdad que te has preocupado varias veces de preguntarme si la cortabas. Es cierto que últimamente te veo mucho más atento a mis gustos, y te lo agradezco mucho. Se nota que estás haciendo muchos esfuerzos por agradarme. Estoy muy contenta.
Antonio: Gracias, Marga. Me alegro de que te hayas dado cuenta. Te quiero mucho y solamente quiero hacerte feliz.
Madre,
Cuánto me sorprende que siendo Judas Iscariote el ladrón del grupo, el Señor le diese la bolsa con el dinero. Supongo que, no dejó de darle oportunidades hasta el final. Qué importante es restituir la confianza después de un perdón sincero. Si no, es imposible reconstruir la relación. Alabado sea el Señor, que sigue confiando en mí, a pesar de las muchas veces que le he fallado.
La atención hacia el cónyuge es imprescindible para propiciar un cambio deseado o para consolidar una transformación emprendida.
Son los pequeños detalles que hacen felices a los esposos u mantiene el cariño aumentándolo día a día.
Virgen María ayúdanos a perseverar en las pequeñeces cotidianas.