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Mi “sí” a la misericordia. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 9, 9-13

EVANGELIO
Sígueme. Él se levantó y lo siguió

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

Palabra del Señor.

Nota: ProyectoAmorConyugal organiza un retiro para matrimonios y familias en Madrid, entre los días 21 y 23 de octubre. Pedimos vuestras oraciones.

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Mi “sí” a la misericordia.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Dos claves resalta hoy el Evangelio: Mateo un modelo para mi “sí” y mi actitud ante los que aún no han dicho “sí”.

Del modelo de Mateo aprendo. Que el Señor le cambia totalmente los planes, que no estaba preparado para seguir al Señor, no lo había previsto, no lo había madurado. Pero el Señor le llama y él se levanta y le sigue. Sin más. Y no vuelve a su antigua vida. Quizás el sí coherente es el que nunca se estanca ni da marcha atrás.

«Avanzad siempre, hermanos míos… Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque en cuanto te complaces en ti mismo, allí te detuviste. Si dices ¡basta!, estás perdido» (San Agustín).

La segunda clave es la de mi actitud ante los que aún no han dicho sí. Ponemos aquí un texto que nos ha gustado:

“Pero los hombres nos olvidamos de ser humanos. Perdimos la misericordia. Y caímos en la miseria.
En cambio Dios supera la miseria con la misericordia. Por eso Dios se humanizó. Y los humanos nos humanizamos con la misericordia…
Así son las cosas. Quien opta por la disciplina, mata y crucifica. Deshumaniza. Quien opta por la misericordia, es crucificado, pero da vida y humaniza.” (P. Carlos Bazarra)

Ahora, la pregunta es: En mi matrimonio ¿Quiero ser el que crucifica o el crucificado?

Pero ¡Cuántos sacrificios se pueden hacer con el careto! ¡Cuántos generando un clima de amargura! Necesito voluntad para amar con una sonrisa, con ternura como se estremece una madre ante la limitación de su hijo y le escusa. Señor, quieres que nos amemos y en lo que somos más pobres, así quieres que le ame más, que le perdone más. Quieres que le ame más que a mí mismo como debería amarte a Ti.

Hoy me comprometo a orar por mi esposo. Orar especialmente cuando le falte amor. Alentarle y no juzgarle.

Señor hoy quiero seguirte, como Mateo y elegir por la misericordia y no como un sacrificio, sino con amor, porque yo también tengo enfermedades que curas con Tu misericordia, Tu paciencia, comprensión, cariño, consuelo…

Madre:
Dije sí a seguir al Señor, y quiero seguirle siempre hasta la cruz. Quiero ayudar amando y no exigiendo. Aunque sufra yo por el camino. Ayúdame Madre, que soy débil. Amén.

¿A quién quieres más? Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 8, 19-21

EVANGELIO
Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 8, 19-21
En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces lo avisaron:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte».
Él respondió diciéndoles:
«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor.

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¿A quién quieres más?
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Los lazos de sangre, nos vienen dados, nos encontramos con esos vínculos hechos. Sin embargo, el verdadero amor se caracteriza porque requiere de una adhesión libre y hay que construirlo. Los lazos del Espíritu requieren por tanto de esa adhesión.

Me doy cuenta de que, querer a mis hijos o incluso a mis padres, es normal. Casi todo el mundo los quiere. Es como que viene inscrito en nuestro instinto de supervivencia y nuestra propia naturaleza nos inspira ese cariño. En cambio el amor a Dios y a mi esposo, esos no vienen tan “de mano”. Digamos que esos me los tengo que “currar” ¿No os pasa igual? Y sin embargo, son los dos amores más fuertes que puedo llegar a alcanzar en esta vida porque en ambos interviene de manera muy especial el Espíritu Santo, por haberlos recibido en dos sacramentos: El bautismo y el matrimonio.

Reconozco que hay unos lazos de amor que me vinculan a otra persona más fuertemente que los lazos puramente de parentesco, y son aquellos en los que hay una adhesión voluntaria y que además son fecundados por el Espíritu de Dios. Los primeros duran el instante de una vida, los segundos son más fuertes que la muerte.

Éstos lazos, requieren de actitudes como el compromiso y la obediencia, como Cristo, que en toda su existencia en la Tierra, tuvo como única intención uniformarse a la voluntad del Padre (1Jn 8,29. 16,32), hasta sentirse una sola cosa con él (Jn 10,30). Hay un espacio donde no caben las seducciones del Demonio, y es la obediencia. Los tres enemigos del hombre: Mundo, Demonio y Carne, ninguno de ellos puede nada contra el obediente. El obediente no puede ser vanidoso, tampoco es posible que se deje llevar por engaños ni por sus propias pasiones, puesto que no hace lo que quiere sino lo que Dios le dicta, libremente.

A nosotros en nuestro matrimonio, nos toca como a Él, quien «A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» (Hb 5,8).

Madre:
Descubro que no puede haber amor verdadero sin obediencia a Dios y entre nosotros en Su nombre. Oro y me lleno con las palabras de Jesús: «Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea pleno» (Jn 1 5, 1 0- 1 1 ). Madre, he aquí los esclavos de la Esclava del Señor.

Ardiendo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 8, 16-18

EVANGELIO
El candil se pone en el candelero para que los que entran tengan luz

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 8, 16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
-«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entran tengan luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».

Palabra del Señor.

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Ardiendo.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Al que tiene se le dará… Al que tiene ¿Qué?
La luz está claro que es la Buena Noticia de la venida del Reino de los Cielos. Es el Evangelio. Por tanto, el que tiene, es el que ha escuchado el Evangelio y tiene la Verdad. A ese, se le dará más y más. El que cree tener, es el que confía en sus criterios, y no está abierto a descubrir a Dios y sus caminos. Se le quitará hasta lo que cree tener, porque apoyará su vida en una base falsa que se irá desmoronando, hasta quedarse sin nada. Y luego, que los dones que Dios nos da, son para comunicar Su gloria. Si no los utilizas para entregarte, los pierdes.

Mi misión es ser esposo y padre. El Espíritu ha fecundado nuestra unión de esposos, y somos sacramento vivo, de manera que mi esposo y yo representamos el Evangelio en nuestra relación. Representamos quién es Dios y que Su Reino ha llegado a este mundo. Voy escuchando el Evangelio y lo voy aplicando en nuestro matrimonio, y el Señor, cada vez me va mostrando más y más de Su misterio, del misterio del Reino. Cada vez entiendo más cosas, cada vez encaja todo más, cada vez descubro más la manera de ver las cosas que Dios tiene y cada vez veo mi matrimonio y a mi esposo con los ojos de Dios. Mi vida se va embelleciendo, me voy ilusionando cada vez más con mi misión conyugal.

Si nos dejamos llevar por el Señor, y estamos orientados hacia Él, podemos reflejar Su luz cada vez más fuerte, a medida que nos vaya purificando, e iluminar con ella a nuestros hijos y a otros matrimonios. Con ese “mirad cómo se aman” y hablando de Él, de quién es, dando testimonio de cómo nos ha salvado y de qué ha hecho en nuestro matrimonio y en nuestra vida. Hace falta muchos matrimonios así para salvar el mundo. ¿Te apuntas a intentarlo con nosotros?.

Madre:
El Espíritu ha encendido la mecha de nuestro matrimonio. Poco a poco va consumiendo nuestra cera, y en la medida en que nos dejamos derretir por Él, la llama crece, y cuando intentamos abordar la mecha con nuestra cera, la llama se apaga. Queremos seguir desgastando nuestra vida, derritiéndonos ante Su presencia, y arder, desaparecer para que Él brille. Que la luz del Reino del Señor no se apague, porque haya un montón de matrimonios ardiendo. Gracias por tanto como nos has dado. Bendita seas por siempre. Bendito sea Dios eternamente. A Él gloria y alabanza por los siglos. Amén.

Con tal de ganarme su cariño. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 16, 1-13

EVANGELIO
No podéis servir a Dios y al dinero

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
«¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
«¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.»
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
«¿Cuánto debes a mi amo?»
Éste respondió:
«Cien barriles de aceite.»
Él le dijo:
«Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.»
Luego dijo a otro:
«Y tú, ¿cuánto debes?»
Él contestó:
«Cien fanegas de trigo».
Le dijo:
«Aquí está tu recibo, escribe ochenta».
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta,, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Palabra del Señor.

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Con tal de ganarme su cariño.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Como todas las parábolas, en esta, Jesús nos hace una invitación. La interpretación puede ser un poco confusa, porque el Señor no me puede estar animando a ser infiel.

De momento, me deja claro una cosa: No soy propietario de mis bienes, soy un administrador de los bienes del Señor. Solamente esta consideración, es importante, porque cambia mi vida. No soy dueño de mi casa, mi dinero, mi inteligencia, mi cuerpo, mi fe, ni desde luego de mi esposo, mis hijos… Soy administrador del Señor de todo, y por tanto, tengo una enorme deuda con Él, pues todo, todo lo que me ha entregado es Suyo.

Pero vamos al lío. ¿Cómo es posible que el Señor ensalce a un sinvergüenza que defrauda a su señor en beneficio propio? Ni siquiera por su astucia, merece ningún tipo de felicitación ¿No os parece?.

Según los entendidos, estos administradores no cobraban un sueldo, sino que recibían una comisión de las facturas que administraban. El administrador en este caso, no estaba defraudando a su señor, sino renunciando a la parte que legítimamente le correspondía, con tal de ganarse amigos que le ayudasen cuando él se encontrara en necesidad.

Sí, Señor. Renuncio a todos mis derechos terrenales, a esa parte que me quieres dar porque el obrero merece su salario. Renuncio a los bienes materiales, a ese respeto que merezco, a recibir consuelo, a mi comodidad, a la gratitud de aquellos de mi familia por los que me entrego cada día… renuncio a lo que sea, con tal de ganarme el favor de mi esposo, de ganarme su amistad, y de esta manera, ganarme también Tu amistad. Así, cuando llegue al fin de mis días, no tendré nada, pero tendré el mayor tesoro: El cariño y el aprecio de todos.

Madre:
Después de esta prueba, sueño con el abrazo del Señor. Quiero estar con Él para toda la eternidad, pero sé que no soy digno. No siempre soy un administrador fiel y a veces no utilizo los bienes que el Señor me ha entregado, para darle gloria. Necesito de la intercesión de mi esposo, de mis hijos, de mis amigos… Muchos que, llegado el momento, le digan al Padre: Perdónale, que en su día renunció por mí y me ofreció tanto como tenía. Necesito de Tu intercesión. No me abandones nunca. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Aprender a escuchar. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 8, 4-15

EVANGELIO
Lo de la tierra buena son los que guardan la palabra y dan fruto perseverancia

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 8, 4-15
En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo esta parábola:
-«Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron.
Otro parte cayó en terreno pedregoso y, después de brotar, se secó por falta de humedad.
Otro parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron.
El otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno».
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significa esa parábola.
Él dijo:
-«A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, «para que viendo no vean y oyendo no entiendan».
El sentido de la parábola es éste: la semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, lo guardan y dan fruto perseverando».

Palabra del Señor.

Nota: ProyectoAmorConyugal organiza un retiro para matrimonios y familias en Madrid, entre los días 21 y 23 de octubre. Pedimos vuestras oraciones.

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Aprender a escuchar.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

La semilla es la Palabra, y tiene un poder tremendo. El problema no está en la fuerza de la Palabra de Dios, del Evangelio, sino de la actitud de los que la reciben.

La conclusión a la que llegamos, es que, para acoger la Palabra es necesario tener la actitud de María, que guardaba todas esas cosas y las meditaba en su Corazón.

Imitando a María, tengo que empezar por escuchar, poniendo todo de mí, vaciándome de toda otra interferencia. Es lo que llamaba Orígenes en el “desierto de los sentidos”. Eliminando distracciones de todo tipo. Alguien es esperado y escuchado: Cristo.

Después tengo que ser capaz de cavar en mi corazón un enorme «espacio de libertad», para acoger la Verdad de Dios, que siempre desborda mis pensamientos. Tengo que estar dispuesto a salirme del bucle en el que me hallo encerrado, para descubrir siempre algo más grande, más sorprendente. Tengo que parar mis pensamientos y escuchar, dejar a Dios en libertad y no pretender encajonarlo en mis seguridades y en mis leyes.

Y después viene lo de “meditar en el corazón”. ¿Dónde está el corazón? Más allá de la inteligencia, de la imaginación y de la sensibilidad o afectividad. ¿Dónde está? El corazón es lo más profundo del ser humano. Primero he de encontrarlo. De lo contrario, me perderé entre un montón de ideas y razonamientos.

Una vez que lo guardo en lo más profundo de mí, lo siguiente es meditarlo. Pero meditarlo no es un ejercicio mental, sino oral. Es llevarlo a la boca. Viene de “meditari” que significa susurrar. Por tanto, es llevar constantemente a mi boca la Palabra de Dios que he guardado en mi corazón:
“La boca del justo sabiduría susurra, su lengua habla rectitud; la ley de su Dios está en su corazón”. (Sal. 37,30-31). Es la Palabra hecha carne. Es la palabra que brota del corazón, fecundada por el Espíritu. Él hace suya la palabra en mi corazón y enciende la oración de los labios, que no hacen otra cosa que una invocación a Jesús, a la Santísima Trinidad.

Pero no vamos a cerrar este comentario sin mencionar una aplicación a nuestra relación conyugal. Todo esto, esto mismo, tengo que aplicarlo a mi matrimonio cuando hable con mi esposo: Escucharlo “en el desierto de los sentidos”, cavar un enorme «espacio de libertad» para salir de mí y llenarme de su mundo interior, guardarlo en mi corazón (lo más profundo de mí), y llevarlo a la oración fecundado por el Espíritu, invocando a la Santísima Trinidad, de la que pretendemos ser imagen.

Madre:
Cuánto me queda que aprender de Ti. Me encanta que seas mi Madre. Bendita seas.