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Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 5, 27-32

Determinados a amar

Hoy Jesús nos habla del amor indisoluble, fruto de un amor casto y de la responsabilidad de nuestros actos en la santidad de otros.

Nuestro cuerpo es la expresión de nuestro ser, signo o símbolo. Habla siempre de nosotros mismos, por eso a veces sobran las palabras y un silencio, un gesto o una mirada pueden decir mucho más…

De lo que hay en nuestro corazón, habla también nuestra mirada. La mirada de los esposos debe ser expresión de un amor casto y puro, que admira al amado como don de Dios, como hijo de Dios creado para amar y ser amado. El mismo Dios pensó en mi cónyuge para mí, como ayuda en mi camino hacia Dios.

Esta pureza de corazón se expresa tratándolo con la dignidad que merece por ser quien es y no como un objeto para mi propia satisfacción o egoísmo…
Todo empieza con nuestra manera de mirar, que una consecuencia de sentirme o no creatura de Dios, amada por Dios y creada para amar. De ello depende nuestro éxito o fracaso en el amor.

La Palabra de Dios de hoy nos tiene que llevar a entender la sacralidad de nuestro matrimonio y hasta que punto debo ser exigente con mi forma de amar. No se trata de entender el Evangelio de una manera literal, puesto que perder un ojo o una mano, no nos exime de pecar. ¿Cuál es entonces el espíritu de las palabras de Jesús? El sentido es de sacrificio para ser fieles al proyecto de fidelidad a Dios hasta vivir nuestro matrimonio como lo que es, para aquello para lo que fue creado y después elevado a sacramento.

Mi esposo/a no es alguien que me encontré en la calle, y si me canso o no tengo suerte, tiramos cada uno por su lado y aquí no ha pasado nada.
Hay quien dice : ¿y va a querer Dios que yo sufra? Será que no han oído decir hoy a Jesús: arráncate el ojo, córtate la mano…

Dios no quiere nuestra agonía, pero el sufrimiento que conlleva construir todo amor, no solo lo quiere, sino que Él mismo se hizo hombre para vivirlo.
La mayoría encuentra natural el sufrimiento que conlleva ser madre, desde el embarazo hasta el parto, la lactancia, las noches sin dormir, las rabietas… En la relación de amor de una madre, no se nos ocurre preguntarnos ¿Y Dios lo quiere ese sufrimiento? Se sufre por un hijo por amor. Se lleva a cabo el compromiso de ser madre o padre que adquirimos. Reconocemos el bien de verlos crecer y desarrollarse.

¿Por qué cuesta más entender el sufrimiento por amor para construir el matrimonio?

Jesús quiere devolver a la ley divina, su primitivo vigor, y dice: El que se divorcia de su mujer… la induce al adulterio. Con estas palabras nos muestra hasta qué punto es reponsabilidad nuestra la santidad o condena de nuestro cónyuge. Estamos llamados a ser uno y lo que yo hago le afecta al esposo.

Es cierto que muchas veces el matrimonio no es algo fácil, en otras palabras, conlleva la cruz. Si lo miramos como uno de los dones más hermosos que Dios ha dado a la humanidad y tomamos conciencia de que es un gran sacramento, una llamada de Dios, una vocación, estaremos preparados para disfrutar de su riqueza y la belleza de sus frutos.

Oramos con el salmo: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mt 5,1-12

Las Bienaventuranzas del Matrimonio:

Aplicamos al matrimonio la belleza de las bienaventuranzas o camino de felicidad.

Los pobres de Espíritu, según el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC nº 2546): El Verbo llama «pobreza en el Espíritu» a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: «Se hizo pobre por nosotros».
¡Pobreza voluntaria! Qué hermosa actitud para un esposo (genérico) cristiano. Hacerse pobre por su esposo como Cristo, renunció a su condición divina.
Dichosos los que se liberan del apego a los bienes terrenales y los comparten. No consiste en no tener sino en no estar apegado. Compartir con tu esposo/a lo que eres y lo que tienes. (Bienes, amistad, tiempo, conocimientos, alegrías, tristezas…).
Ellos alcanzarán lo que buscan: El Reino de Dios, que no es de este mundo.

Los mansos: Dichosos los que no consideran siempre que la razón está de su parte y buscan el entendimiento con su esposo/a. El manso es el que se acepta como es y acepta al esposo como es, con sus defectos y virtudes y no pretende cambiarle ni imponerle nada. Entiende que Dios nos hizo así el uno para el otro. El que actúa así, solo le importa la persona amada. No necesitan defenderse de nada.
Ellos heredarán la Tierra, porque sobre esa tierra se puede sembrar un verdadero matrimonio.

Los que sufren: Dichosos los que no huyen, no son insensibles al sufrimiento o desgracias de su esposo/a. Pasan de huir a estar, pasan del lamento inútil a la búsqueda tenaz de soluciones. Son felices vendando las heridas de su cónyuge roto por la vida. Dichoso también el que padece cualquier dolor a causa de su cónyuge y no responde devolviéndole dolor, sino que lo asume y lo abraza en contra de uno mismo, pero favoreciendo la maravilla de la unión de los dos. Mientras que el que se desanima, vive el lamento inútil y el dolor de su orgullo, haciendo que se resquebraje la unión, aquel que sufre por amor a su esposo/a, siente la felicidad de estar ayudando al crecimiento y fortalecimiento de su unión.
Ellos van a recibir el consuelo de los que aman de verdad. El gozo.

Los que tienen hambre y sed de justicia: Somos y debemos de seguir siendo un ramillete de deseos, porque si no, estamos muertos. Pero controlar nuestros deseos y redirigirlos hacia todo aquello que favorezca nuestra unión. No se trata de una represión de los deseos, sino de vivir nuestro amor y nuestra unión como una prioridad tan fuerte, que nos permita rechazar todo aquello que la perjudica.
Ellos serán saciados de paz interior, comunión, felicidad…

Los misericordiosos: Dichoso el que entiende que somos una ayuda semejante el uno para el otro, que su esposo/a no es perfecto/a para necesitarme a mí, al igual que yo no soy perfecto/a para necesitarle a él/ella y así constituir una sola carne, con el complemento de los dos. El que entiende que, al igual que Cristo se entrega precisamente por lo necesitados que estamos de su misericordia, nosotros debemos entregarnos también a nuestro/a esposo/a para apoyarle y ayudarle en sus carencias por amor. Feliz el que no juzga los actos según su visión, porque entiende que sus criterios son limitados y cambiantes y solamente Dios puede juzgar desde la única verdad, porque solo Él lo conoce todo. Feliz quien no juzga a su esposo/a porque en ese caso se estaría sintiendo superior a él/ella y con ese acto de vanidad, estaría poniéndose como individuo por encima de la unión de los dos.
Ellos alcanzaran la misericordia de Dios sobre todo a través de su esposo/a.

Los limpios de corazón: Dichosos los que buscan cuanto de criaturas de Dios hay en su esposo/a y ven todo lo bello y bueno que tiene.
El que vive en la verdad siendo sincero/a consigo mismo y con el otro. El que es transparente, colabora a que haya confianza mutua.
Ellos verán a Dios en su esposo/a.

Los que trabajan por la paz: Dichosos los que construyen la paz en su matrimonio. Una paz que no consiste en dejarse en paz, en la comodidad de que me dejen tranquilo, sino una paz que se lucha día a día para construir la verdadera unión entre marido y mujer. Trabajar para conseguir ser UNO: Una sola carne, pero también un solo corazón y una sola alma. Construir esa paz, provoca un sufrimiento, porque significa luchar contra mis tendencias y las tendencias del mundo, pero tiene su recompensa:
Ellos serán llamados hijos de Dios, porque serán imagen de su Padre mismo y cumplirán sus designios, su voluntad.

Los perseguidos por causa de la justicia: Felices los que son juzgados injustamente, ridiculizados, despreciados, reciben ingratitudes, etc. en momentos de su vida conyugal, por su esposo/a, amigos, compañeros… y responden a esa persecución con la Verdad de la unión, con el amor que cuida esa unión por encima de sus propios intereses, por encima de todo, porque esa unión es sagrada.
De ellos es el reino de los cielos, porque vivirán ya el Reino aquí en la tierra.
La octava es la prolongación de la primera bienaventuranza en ambas tienen a Dios por Rey y esta es una gran recompensa. El sufrimiento de los perseguidos es una fuente de maduración para ellos y como consecuencia establecen la unión, paz y amor en su matrimonio. Por eso son felices.

Esposos, Dios quiere que seamos felices.

Oramos con el Salmo: Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 20,19-23

Sed un matrimonio perfecto.

Hoy es Pentecostés. Nos hemos venido preparando para este día durante toda la Pascua.
Para recibir al Espíritu Santo, primero tenemos que recibir la paz del Señor. La paz se consigue luchando por amar. La paz se consigue con esfuerzo. Jesús nos la entrega mostrando sus llagas. Nosotros no nos salvamos por nuestros méritos, así que lo segundo que necesitamos es estar abiertos a la gracia del Espíritu, creyendo en Él y recibiéndole con el alma limpia por el sacramento de la confesión.

No esperemos nada especial hoy. Ya sabemos que Dios no está en los grandes e impresionantes eventos, sino que está en la brisa, como le mostró a Elías. El Espíritu va actuando poco a poco en nosotros y por tanto en nuestro matrimonio, ya que nos tiene que llevar a la comunión (o no sería una acción de Dios que nos lleva a la santidad).

¿Y cuáles son los frutos que iremos recibiendo por el Espíritu en nuestro matrimonio?
Gálatas 5,22-23 … el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad (amabilidad), bondad, fe (fidelidad), mansedumbre, templanza (dominio propio).

Sí! El Espíritu hace esto con nuestro matrimonio. Va a aumentar nuestro amor verdadero, y sentiremos el gozo de estar construyendo una comunión. Sentiremos esa paz interior por estar luchando y entregando la vida por seguir a Cristo. Eso hará que cambien nuestras prioridades y se pasen las prisas y los agobios. Nos trataremos con más amabilidad y delicadeza. Buscaremos el bien, y actuaremos siempre buscando el bien para el otro. Nuestra intimidad con Dios irá creciendo y cada vez percibiremos más los frutos del Espíritu, sus obras en nosotros, y esto hará que aumente nuestra fe. Como estaremos “obsesionados” con el amor que Dios nos tiene, no nos importará lo que piensen los demás o lo que digan de nosotros y no necesitaremos defendernos de nadie, porque solo nos importará lo que Dios ve, que está en nuestro interior. Y el mundo ya no nos dominará, ni los deseos, ni la concupiscencia, sino que sólo actuaremos por amor y para amar.

Esto es el cielo, hermanos esposos. Y está en nuestra mano poder vivir un anticipo aquí en la Tierra. Es el Espíritu quien lo hace posible.

Oramos con la secuencia: Ven Espíritu Santo… Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 17, 11b-19

Para que sean uno.

Dice San Agustín: ‘»Para que sean uno, así como nosotros somos uno»: para que a la manera que el Padre y el Hijo son uno, no sólo en la igualdad de sustancia, sino que también de voluntad, así ellos, entre los que el Hijo es mediador con Dios, sean uno, no tanto porque ellos son de la misma naturaleza, cuanto por el vínculo del amor.’

Los esposos somos uno por el vínculo del amor, que no es un sentimiento, sino una cuestión de voluntad y la mediación de Dios. Cristo, como Hombre, le pide esto al Padre Dios. Es ésta su última petición antes de subir al Padre. Que vivamos ¡La unidad de la Santísima Trinidad!

Se trata de vivir en comunión conyugal con Dios, pues mientras más unidos vivamos a Él, más podremos aumentar la unidad entre nosotros los esposos. La verdadera comunión con mi esposo, no depende de la simpatía, de los gustos de ambos, las afinidades o diferencias, no del diálogo o el respeto que se valora tanto hoy en día, sino de la propia conversión interior, de la santidad de vida y de la oración. De ahí surgirá todo lo anterior: Afinidades, diálogo…

Y continúa San Agustín más adelante: ‘queda expresado cuál sea este gozo, cuando dice: «Para que sean uno como uno somos nosotros»: «he aquí su gozo»’
He aquí el gozo del Señor, porque será nuestro gozo.

La primera consecuencia de la pureza a la que tenemos que volver para llegar a esta unión, es el dominio de uno mismo. Se podría definir como una vigilancia ante todo lo que podría hacer peligrar el amor. Gracias a este dominio propio, escribe también San Agustín en sus Confesiones: ‘somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado…’

Padre Santo guárdanos en Tu Nombre, porque nos entregaste en las manos de Cristo para que nos custodiara y no nos perdiéramos. Hemos acogido cada día Tu Palabra en nuestros corazones. Guárdanos del mal, Padre, y conságranos en la Verdad, la Verdad de quién sois y quiénes somos, la verdad de mi esposo y de mi matrimonio.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Jn 16, 29-33

Vencedores o vencidos.

¿Creemos que por ser un matrimonio cristiano no vamos a tener dificultades? Quizás antes de casarnos sabíamos que las tendríamos, pues nadie está exento de ello, pero nunca pensábamos que iba a ser esto… probablemente me equivoqué casándome con mi esposo (genérico).

Dice Crisóstomo, ut supra: “Esto es, para que no me echéis de vuestro corazón, porque la adversidad no sólo os dispersará cuando yo seré aprehendido, sino que mientras estaréis en el mundo seréis atribulados y perseguidos…” ¿Qué pasará ante las dificultades si los esposos echamos a Cristo de nuestro corazón?

Todos los matrimonios cristianos creemos en Cristo, pero en medio de la tempestad de las realidades de la vida, de ese problema concreto ¿Creemos realmente que Él tiene poder sobre la materia, que puede andar sobre las aguas, que también tiene poder sobre mi problema?

¿Ahora creéis? ¿Qué es lo que crees? “Pues mirad: está para llegar la hora”, “Os he hablado de esto para que encontréis la paz en mí.”
La cruz, esposos. Este momento de dolor para vosotros, es vuestra hora. En la tribulación se hace posible la salvación y de esta hora nacerá vuestra verdadera alegría recibida de lo alto.

Seguimos con Crisóstomo, ut supra: “Esto es: levantad vuestro corazón, pues no es digno de que los discípulos desfallezcan, habiendo el maestro triunfado de sus enemigos. Y sigue: ‘Porque yo he vencido al mundo’.”

No olvides nunca amigo esposo, lo que hoy te dice Cristo en tu dificultad: ¡Ten valor, yo he vencido al mundo! ¡A tú mundo!

Todos los santos de la historia, encontraron la paz de Cristo después de la lucha. Todos confiaron en el Señor y en el momento oportuno les llegó su recompensa. La paz de Cristo a sus almas. Por ello, si tenemos a Cristo en nuestro corazón: adiós tristezas, adiós angustias, adiós soledad. Nada hay que temer porque Jesús está con nosotros.
Pero no lo olvides, primero hay que pasar por la hora.

Todo es posible con Él. Solo debemos ponernos en su sintonía, alineados con su Voluntad, que no es otra que la del Padre. Entonces Dios hará su obra, déjate fundir, no tengas miedo, es así como Dios esculpe las obras de arte.

Oramos con el salmo: “Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian; como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite la cera ante el fuego… los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría.”