EVANGELIO
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él
Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Palabra del Señor.
Casi más misterio.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
En el Evangelio hay dos hechos principales: Cristo murió y resucitó. Murió por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación. Pero por qué lo hizo. Es el misterio del amor de Dios. Él nos amó antes de que existiéramos, y este es el mensaje de Dios para el hombre: «Con amor eterno te amé» (Jr 31,3). Y este es el mensaje que no se recibe en ninguna otra religión ni filosofía. Este es el gran misterio de Dios.
Pues bien, Cristo ES el amor de Dios. Dios no nos ama de lejos, sino que se encarna, se integra, se implica, se mezcla con nosotros. Se hace uno de tantos, y nos ama hasta el extremo. Tanto amó Dios al mundo…
Y este misterio del amor de Dios, es en el que ponemos nuestra esperanza. ¿Qué podemos esperar de un Dios que nos ama tanto?
Aterrizado a la vida conyugal:
Juan: Cuando nos casamos estaba pendiente de mí, parecía que yo era toda su ilusión. Después vinieron los hijos y todo cambió. Parecía que se hubiese olvidado de mí.
Teresa: Cuando nos casamos era tan atento, y después, parecía que se escaqueaba y me dejaba a mí tirando de la pesada carga de sacar a unos hijos adelante.
Juan: Después aprendimos que Dios no se podía equivocar uniéndonos, enviándonos el don de los hijos… Dios nos ponía en una circunstancia en la que teníamos que aprender a amarnos.
Teresa: Era como un nuevo reto. Aprender a amarnos en las dificultades, era madurar en el amor. Era aprender a amar de verdad, como Él.
Juan: Así que, a base de mucha oración, de recibir los sacramentos y de aprender a considerar que esas eran las circunstancias que nos enviaba el Señor con todo su amor infinito, nos pusimos a ello.
Teresa: Sí. Fue duro, pero nos empeñamos en ello. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Tanto nos amaba a nosotros que nos creó para entregarnos también el uno al otro. Era un lujo poder participar del amor de Dios, de Su misión inmensa por amor.
Juan: Y Dios lo hizo posible. Entre dodotis, tareas del cole y estrés del trabajo, había miradas de cariño entre nosotros. Había un hombro en el que llorar cuando uno de los dos llegaba al límite, había mensajes de “te amo” a media mañana…
Teresa: Y el sábado por la noche, había largos ratos para compartir juntos nuestras cosas. Era nuestro momento para reavivar el amor.
Juan: Tanto nos amó Dios, que entregó su vida para hacer nuestro amor posible. No podíamos defraudarle.
Madre,
Qué hermosa es la creación, y más si cabe, nuestra redención. Es un misterio que Dios nos quiera tanto, pero tristemente, es casi más misterio que nosotros no lo acojamos. Ayúdanos, Madre a acoger cada gota, cada resquicio del amor de Dios. Alabado sea nuestro Señor, honor y gloria a Él por los siglos. Amén.