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El que no está con el esposo, está contra él. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 11, 15-26

El que no está con el esposo, está contra él.

Lo que hacen los que presencian el exorcismo que realiza Jesús y le acusan de hacerlo en nombre de Belcebú, es un juicio temerario, que va contra el octavo mandamiento. Juzgar negativamente a alguien sin tener la plena seguridad, es un pecado serio. Es la primera estrategia del demonio, la mentira.
Otros, que acababan de ver un milagro y seguramente no sería el primero, le piden un signo. Es otra de las estrategias del demonio, la duda. No confiar en el Señor. Si tenemos claro su llamada, mejor no dudar e ir a por todas confiando en Él, pues si no, pueden volver los espíritus malignos a arruinarnos la vida.

Recordemos que se puede pecar de pensamiento, palabra y obra (y omisión, que es no obrar). Y normalmente en este orden. Estemos muy atentos a nuestro pensamientos, porque cortando la entrada al Demonio en ellos, con la ayuda del Espíritu, tenemos mucha parte de la batalla ganada.

Jesús nos promete grades tesoros para nuestro matrimonio y para nuestra vida futura: el Reino de Dios. No hay mayor tesoro que este y para toda una eternidad! Ante la promesa de Jesús para el matrimonio, la reacción de algunos es decir “Bueno, yo a mi ritmo, poco a poco”. Nos preguntamos: Si le tocara la Bonoloto ¿Iban a recoger el premio poco a poco?.

El matrimonio que apuesta por seguirle de verdad, no tienen nada que temer. Es muy sencillo, Cristo nos extiende la mano, nosotros se la cogernos y no la soltamos. El Demonio es muy fuerte, y se siente muy seguro, pero si entra Cristo (que es mucho más fuerte. No olvidemos que el contrario del Demonio es El Arcángel San Miguel. Cristo es infinitamente superior), el Demonio lo tiene todo perdido.

La salvación está en la perseverancia, también en nuestro matrimonio. Cada día vamos cogidos de la mano a escuchar a Jesús, a recibirle…
Parafraseando el Evangelio de hoy, podríamos decir que, el que no está con el esposo (en genérico) siguiendo a Cristo, está contra el esposo siguiendo a el diablo de la mentira, la duda, la división…

Esposos unidos en Jesús cada día, ¡Nada tenemos que temer! Los esposos tenemos la gran gracia de Dios, de ser el uno la ayuda adecuada para el otro, de tal manera que cuando uno cae, el otro repara, intercede… y Cristo sana al cónyuge caído a través de su esposo. Bendito seas por siempre, Señor.

Oramos por el Sínodo de la Familia:
http://proyectoamorconyugal.wordpress.com/2014/09/30/oracion-a-la-santa-familia/

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Esposos audaces. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 11, 5-13

EVANGELIO
Pedid y se os dará

Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 5-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos:
-«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle:
«Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.»
Y, desde dentro, el otro le responde:
«No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.»
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? »

Palabra del Señor.

Esposos audaces.

Hoy leíamos en el blog de Agueda Rey, una mujer madre de familia que recibió la llamada de la Virgen en Medjugorje, un comentario sobre la oración. La comparaba con la comunicación entre los esposos. Podemos tener la tentación de pensar que no es necesario pedirle a Dios porque Él lo conoce todo. Sería similar a decir que un matrimonio maduro, que se conocen mutuamente después de toda una vida juntos, no tienen que hablar porque ya sabe el uno lo que necesita el otro. Perder la comunicación es perder poco a poco la intimidad de su relación.

En oración buscamos que Dios se nos revele. Compartimos con Dios nuestra intimidad y esperamos que Él nos revele la suya. Y Dios lo va a hacer. El que más nos ama no se va a esconder. La belleza de esta relación, se supera cuando son los esposos juntos los que comparten su intimidad entre ellos hablando con Dios. Es como volver al principio, a la limpieza de la mirada originaria.

Por otro lado, no debemos perder la esperanza de que Dios nos escucha. Comentaba Mons. Munilla la experiencia de un padre que jugaba con su hijo. El niño se lanzaba desde una mesa a los brazos del padre. En un momento dado, el padre se alejó bastante para ver la reacción del niño. Éste se lanzó igualmente. Estaba seguro que su padre le recogería. Si ese hombre siendo un pecador cuenta con esa confianza de su hijo porque sabe que le ama ¿No tendríamos nosotros que tener mucha más confianza en Dios?. Pues no olvidemos lo que dice el catecismo sobre la “audacia filial”: Sabemos que el Padre nos escucha y sabemos que nada hay imposible para Dios. Atrevámonos a ser esposos audaces ante Dios. Aprovechémonos de que tenemos un Padre que es Dios.

Finalmente, observamos cuál es el bien que el Señor propone que le pidamos: Termina el Evangelio diciendo “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Lo mejor que podemos pedir para el esposo (genérico) es que venga a él/ella el Espíritu Santo. Es el mayor bien que podemos hacerle con nuestra oración de intercesión.

Oramos por el Sínodo de la Familia:
http://proyectoamorconyugal.wordpress.com/2014/09/30/oracion-a-la-santa-familia/

Catapultados hasta lo inimaginable. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 9, 18-22

Catapultados hasta lo inimaginable.

Muchas veces nos preguntan cómo hacemos para rezar juntos. Dios ha querido darnos la inmensa gracia de experimentar la fuerza de la oración en el matrimonio.
Jesús dice “Cuando dos o más se reúnan en mi nombre”, y tiene su razón de ser. Somos seres humanos, de carne, y nuestra presencia es importante. Nos afecta. Necesitamos reunirnos.

Hay que hacer notar que Cristo ora “en presencia” de sus discípulos. Esta presencia, hace que Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, proclame quién es Jesús. Alcance a conocer Su identidad. El padre le revela a Pedro quién es el Hijo, el Hijo le revela a los discípulos su locura de Amor hasta el extremo en la cruz para darnos la vida. Él hará posible llevarnos al principio, al matrimonio como Dios lo creo. De este encuentro con Cristo en la oración se abre el camino hasta la plenitud de la santidad. Y por el camino nos va dando Sus gracias: Su mirada hacia mi esposo/a, su sencillez, su paz…

El mero hecho de reunirnos en su nombre, hace que el Espíritu actúe en nosotros y nos vaya moldeando, Cristificando. Nos vaya haciendo uno. No es lo mismo que los esposos recemos por separado, que lo hagamos juntos, que hablemos con Él en presencia el uno del otro. Compartir la oración es necesario, por la riqueza que nos aportamos mutuamente y porque, como siempre decimos, a los esposos Dios nos transmite sus gracias a través del esposo/a. Tampoco es lo mismo ir a la Eucaristía juntos en familia que ir cada uno por su lado. No es lo mismo reunirnos en su nombre que ir a verle en solitario. Igualmente, un rato de oración familiar une la familia de una forma tan inexplicable como sorprendente. Al menos, es nuestra experiencia, y San Juan Pablo II decía que se hace teología con la experiencia.

Hoy no nos preguntamos quién es Jesús, ya lo dice Pedro, pero sí cómo afecta en nuestra vida si nos reunimos en su nombre. Jesús eleva todo lo humano a una nueva dignidad que la mente del hombre es incapaz de abarcar. Jesús lleva toda la creación del Padre a la plenitud. Un ejemplo muy gráfico es María de Nazaret: Una mujer buena y sencilla, la convierte en la Virgen Santísima, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Reina de Universo… Él la eleva a tal categoría.

Podemos así hacernos una idea de cómo Jesús lleva todo a la plenitud:
– El trabajo, del que Él participó, pasa a ser un medio de santificación, y se trabaja con otro entusiasmo, la verdad.
– El sufrimiento también es medio de santificación, y Cristo lo convierte además en un medio de colaborar con Él en la redención propia, de los que nos rodean y del mundo.
– Cada cristiano es transformado por Él en templo de Espíritu Santo y está llamado a ser hijo de Dios, su heredero, para toda la eternidad.
– El pueblo de Dios ha pasado a ser el Cuerpo Místico de Cristo, regado por Su Sangre, forma parte de Él mismo como Esposa.
– Nuestro matrimonio ahora es sagrado, es camino de santidad, nos amamos con Su amor y vivimos un anticipo del Reino de Dios en la tierra.
– No tenemos sólo hijos, sino co-creamos nuevos hijos de Dios, hermanos nuestros. Da escalofríos de pensarlo.
– Las relaciones humanas imperfectas e imposibles, se purifican porque nuestros pecados se borran con la confesión. Entre nosotros tenemos capacidad para perdonarnos unos a otros por su Pasión y se hace posible una verdadera comunión.
– Todo, todo cambia. A todo afecta. Podemos ver a Dios en todo y en todos.

Cristo lo hace todo nuevo. Todo lo lleva a la plenitud. Todo lo eleva, lo dota de una nueva dignidad, a todo le da una nueva vida que no se agota. Sacia al hombre y lo desborda con su grandeza.

Esposos, reunámonos en su presencia, para que el Espíritu actúe y lo haga todo nuevo en nosotros, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, trabajo…nos lleve al Principio a través de la oración.

Oramos con el Salmo: Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?; ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?. Bendito el Señor, mi Roca.

El poder que se nos ha dado. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 9, 1-6

El poder que se nos ha dado.

Cuando Dios nos llama al matrimonio, nos envía a recorrer un camino juntos hombre y mujer poniendo toda nuestra confianza en Dios y no en nuestros propias capacidades humanas. Dios conoce bien las dificultades a las que nos vamos a enfrentar, enfermedades, tentaciones… Dios sabe que todo esto nos supera. Una convivencia entre dos personas tan sumamente distintas en todo como son el marido y la mujer, a la que se suman los problemas que introduce la familia de origen, el trabajo… y cómo no, los hijos: Un don de Dios que acaba de desbordarnos del todo.

Pero Él no nos deja solos, se compromete con nosotros y camina junto a nosotros. Nos da la gracia de nuestro sacramento, y nos va dando autoridad y poder sobre toda clase de demonios. Como todo don, requiere que sea acogido, y por tanto, nuestra vocación exige también de nuestra perseverancia en el crecimiento en esa intimidad entre nosotros con Cristo.

Un sacerdote amigo nuestro, dice que Cristo no acusa, Él no ha venido a juzgar, sino a salvar a los pecadores. Nosotros no podemos acusarnos mutuamente de que nuestro matrimonio no haya ido bien, puesto que solos no tenemos capacidad para ello. Digamos que disponemos de un cubito y una pala para construir un castillo. Es el demonio quien nos acusa y nos hace culpabilizarnos el uno al otro. En realidad, la construcción de nuestro matrimonio le corresponde a Cristo, el arquitecto, la piedra angular. De lo que sí somos responsables cada uno, es de no haber dejado al Señor gobernar mi vida y nuestra misión. Tenemos que poner nuestro matrimonio en Sus manos para que el Espíritu actúe y lo construya y lo haga bello, fuerte. Ahora sí podemos participar, a sus órdenes, en su obra en nosotros.

Cuando experimentamos los frutos de aproximarnos a vivir el matrimonio como Dios lo pensó y en los que se complace, cuando hemos vivido la salvación ante las dificultades, gracias a Dios, cuando hemos estado en un pozo y experimentamos cómo Dios nos saca, para echarnos a volar… reconocemos que Él, nos ha dado poder sobre toda clase de demonios que nos esclavizan y nos quitan la salud. Ese poder, es el Espíritu Santo.

Después de experimentar a Cristo que nos libera y nos ha dado el poder contra esos demonios que nos esclavizaban, entonces nos envía a comunicarlo con toda la confianza de sabernos don para dar, para trasmitir la gloria de Dios.

No llevamos nada nuestro, nos hemos vaciado de nosotros mismos para poder entregarnos mutuamente y para recoger lo más fielmente posible la Palabra. Hablamos desde el corazón que ha experimentado la vida que anuncia, dispuestos a abrazar en Su nombre la hospitalidad que nos ofrecen otros matrimonios, la enfermedad que también nosotros un día padecimos, las tentaciones y diablos que también a nosotros un día nos atormentaron. La misión es siempre una actividad de doble vía, donde el misionero da lo mejor de sí y está dispuesto a escuchar, abrazar, recibir e integrar a su proyecto misionero a la realidad de cada matrimonio, como nuestro Maestro Jesús desde la sencillez y la actitud de servicio.

Si alguno no lo quiere acoger, experimentaremos el dolor de ver quien rechaza la Vida, la felicidad, la salvación… Pero tenemos que sacudirnos el polvo de la muerte que eligen, para seguir anunciando la buena noticia de que el matrimonio es una vocación al Amor, creada por el Creador y que nosotros nos limitamos a interpretar su música mientras Él la va haciendo cada vez más hermosa.

Oramos con el Salmo: Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu voluntad.

Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 5, 43-48

Más que una reparación.

Para el comentario del Evangelio de hoy, nada mejor que las palabras de S. Juan Pablo II (Catequesis 18/05/83) y referirlas a nuestro matrimonio:

Las diferencias no pueden ser motivo de separación entre los esposos: “…Pablo no niega que subsistan diferencias entre los hombres. Lo que quiere afirmar es que estas diferencias no pueden ser ya motivo de división, porque Cristo ha unificado todo en su persona.”

Jesús establece un nuevo modelo de unión entre marido y mujer: ‘Pidiendo al Padre que todos sean uno como el Padre y Él son uno (cf. Jn 17,21-22), Jesús indica el modelo perfecto de la unión que quiere establecer. …La reconciliación es, pues, más que una reparación de la unidad perdida; eleva el acuerdo entre los hombres al nivel de una participación en el acuerdo perfecto que reina en la comunidad divina. No por casualidad subraya la Escritura el papel fundamental que tiene en esto el Espíritu Santo: siendo el amor personal del Padre y del Hijo, es Él quien actúa en la humanidad para realizar una unidad, de la que es el fundamento y el modelo la unidad divina.´

¿Hasta dónde se nos pide esta unión?: ‘Sea cual fuere la ofensa cometida, y aún cuando se haya repetido con frecuencia, el esfuerzo de reconciliación no debe abandonarse jamás, porque el discípulo no puede poner límites a su perdón, según la prescripción que hizo a Pedro: «No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).’

Con el mandato de amarnos incluso cuando los esposos nos percibimos como “enemigos”: ‘Al decir: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian» (Lc 6,27), Jesús muestra que la reconciliación debe manifestarse inmediatamente con disposiciones íntimas: aún cuando una reconciliación efectiva no sea todavía posible, a causa de la actitud hostil del otro, el cristiano debe estar animado por un amor auténtico, sincero. Para él está el deber de la reconciliación de corazón, reconciliación personal mediante sentimientos de benevolencia.’

Esposos, no es fácil, por eso no nos deja solos. ¡Somos capaces!: ‘Cristo conoce bien las dificultades que experimentan los hombres para reconciliarse entre sí. Con su sacrificio redentor ha obtenido para todos la fuerza necesaria a fin de superarlas. Ningún hombre, pues, puede decir que es incapaz de reconciliarse con el prójimo, como no puede decir que es incapaz de reconciliarse con Dios. La cruz ha hecho caer todas las barreras que cierran los unos a los otros los corazones de los hombres.’

¿Y dónde está nuestra alegría?: ‘Renovemos, pues, nuestra fe en esta divina energía que actúa en el mundo, y comprometámonos a colaborar con ella para contribuir de este modo a la venida de la paz entre los hombres y a la extensión de la alegría que se deriva de ella.’

Oramos con San Francisco: ¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz! … Porque dando es como se recibe; olvidando, como se encuentra; perdonando, como se es perdonado; muriendo, como se resucita a la vida eterna.