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A Dios Madre. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 8, 1-3

EVANGELIO
Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él habla curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor.

A Dios Madre.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Cristo se hacía acompañar de varias mujeres. Hoy aprovechamos este Evangelio para hablar de la mujer.

Para ello recurrimos a un resumen que aparece en catholic.net sobre la bellísima encíclica de San Juan Pablo II: Mulieris Dignitatem (La dignidad de la mujer).

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El hombre es “imagen y semejanza de Dios”, no sólo en cuanto ser racional, sino en cuanto existe en esa complementariedad que lo hace ser “hombre” y “mujer”. Como explica el Papa, el hombre, creado como hombre y mujer, no existe sólo como alguien que se “junta” o se “une” a quien es su complemento, sino que recibe la llamada a existir “el uno para el otro” precisamente en cuanto hombre y mujer (cf. n. 7).

También evoca el Papa el paralelismo entre Eva y María para comprender, por un lado, el drama del pecado, que tanto daña las relaciones entre el hombre y la mujer; y, por otro, la promesa de la llegada de un Salvador, que nacerá precisamente a través de una Mujer.

La maternidad, explicaba Juan Pablo II, “ya desde el comienzo mismo, implica una apertura especial hacia la nueva persona; y éste es precisamente el ‘papel’ de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el concebir y dar a luz al hijo, la mujer ‘se realiza en plenitud a través del don sincero de sí’” (n. 18).

A través del don de sí, que involucra plenamente a la mujer en la experiencia de la maternidad, también el hombre aprende a ser padre. Maternidad y paternidad es algo que afecta a dos personas, pero que lleva a la mujer a “pagar” (así lo explicaba el Papa) “directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma”. El varón debe recordar “que en este ser padres en común, él contrae una deuda especial con la mujer. Ningún programa de ‘igualdad de derechos’ del hombre y de la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de un modo totalmente esencial” (n. 18).

Una de las conclusiones principales de la carta es que la mujer, tiene la misión de ayudar a los seres humanos a vivir su propia identidad precisamente bajo la categoría del don. “La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás” (n. 30).

La mujer, como el varón, necesita recordar que ha recibido una misión especial, que tiene una “tarea encomendada”: la de atender y darse al hombre. “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación” (n. 30).

El capítulo conclusivo recuerda el sentido de toda la carta papal: reconocer la misión que Dios ha dado a la mujer, de forma que sea posible descubrir el sentido de su femineidad y abrirse al “don sincero de sí misma”, lo cual le permite “encontrarse” a sí misma (cf. n. 31).
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Solemos ver a Dios como Padre. Contemplamos hoy la belleza de la feminidad de Dios, de la que la mujer es imagen. Un Dios que engendra a su Hijo como Madre, que decora la tierra con la belleza de la naturaleza, las flores, el rocío, el arcoíris… tanta delicadeza que nos muestra en su obra creadora. Se palpa su cariño maternal. Alabamos a Dios por su feminidad y por la feminidad que ha transmitido a las esposas, con su manera de ver la vida, de hacerla más hermosa; por el mundo emocional que nos descubren; por su entrega maternal, en el hogar, otras con su entrega virginal…

Hoy los hombres damos gracias a Dios por el don de la mujer y su feminidad. Le pedimos que nos enseñe a acogerlas y cuidarlas con la delicadeza que merecen. Y las mujeres le pedimos para que nos guíe en esta “tarea encomendada” que supera con mucho nuestras capacidades.

Tal como pide el Papa que hagamos a diario, oramos por el sínodo de la familia:
https://proyectoamorconyugal.es/oracion-a-la-santa-familia/

Amor de acogida al pecador. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 36-50

EVANGELIO
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. »
Jesús tomó la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: -«Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: -«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: -«Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama. »
Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz. »

Palabra del Señor.

Amor de acogida al pecador.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Dios es amor y en esa relación de amor con nosotros, nos revela su intimidad. La vida de Jesús nos la revela: Se llama entre otras cosas “Misericordia”.

La medida que solemos utilizar es diferente de la de Cristo, y “La medida que utilicéis, la utilizarán con vosotros”, nos dice el Señor en otro pasaje evangélico. Los fariseos, nos representan en esta escena, quitando valor a aquella mujer hasta despreciarla y hacerla indeseable e indigna de presentarse allí, entre ellos, por ser una pecadora.

Mi esposo no pierde valor por ser un pecador. Vale según el amor que Dios le tiene, y su valor es incalculable, puesto que Cristo murió por él/ella. Cristo no murió por la humanidad en general, sino que murió por cada uno de nosotros, uno por uno. Ese es el valor de mi esposo, suficientemente grande como para que merezca que el Padre envíe a su Hijo único para morir sólo por él/ella, como subraya la parábola de la oveja perdida.

Nos hacemos ya una idea del valor de aquella pecadora. Con el don de nuestro esposo, Dios nos entrega en un don gigantesco cuyo valor es el que acabamos de describir. El tema de la hermenéutica del don de San Juan Pablo II nos sobrecoge cuando explica que un don (que se da con amor de persona a persona) sólo puede darse si la persona a la que va destinado lo recibe. En cierto modo, la persona que da el don se entrega con él y la que lo recibe se entrega acogiéndolo. Así Cristo se da en matrimonio por su Iglesia por amor y la Santísima Virgen (en representación de la Iglesia) lo acoge también con amor.

Si Dios nos da en matrimonio un don de este calibre (mi esposo) cuyo valor no pierde ni un ápice por sus pecados, y yo no me entrego acogiéndolo con amor, el don no se produce. Cuando no hay unión entre los esposos, no es porque Dios nos esté entregando el don equivocado, sino porque no lo estamos acogiendo en todo su valor, con el amor que deberíamos. Estamos utilizando una medida incorrecta, nuestro juicio, y no hemos sido nombrados jueces de nuestro hermano.

¿Cómo es nuestro amor de acogida? El escándalo de Jesús (por lo que le mataron), es acoger a los pecadores, dejarse tocar por ellos. A nosotros nos corresponde acoger a nuestro esposo como Él nos acoge a nosotros, pecadores: Igualmente podría yo situarme en el lugar de la pecadora, porque muchos son mis pecados y Cristo me sigue amando igual (o más si cabe), porque mi pecado le conmueve en su Misericordia. Entonces yo también querré que mi esposo me acoja como Él lo hace, cada vez.

Si tienes duda de cómo acoger con amor a tu esposo pecador, mira la escena: https://www.youtube.com/watch?v=zr2N6J1_MLM

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Un matrimonio light y sin cafeína. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Lucas 7, 31-35

EVANGELIO
Tocamos y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 31-35
En aquel tiempo, dijo el Señor:
-« ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos?
Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: «Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.»
Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.»
Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón. »

Palabra del Señor.

Un matrimonio light y sin cafeína.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Es habitual refugiarse en una actitud crítica, para justificar la tibieza de la fe y la dureza de nuestro corazón en el matrimonio.
La falta de coherencia es un signo de que no se vive en la verdad. Entre matrimonios es habitual el “ni contigo, ni sin ti”. La incoherencia lleva a una queja constante, porque no alcanza ninguna solución estable.

No podemos conformarnos con una fe de estantería ni con un matrimonio de “vivir bajo el mismo techo y compartir unos hijos”. La fe es para vivirla intensamente en nuestro matrimonio y en nuestras familias.

Miramos a los matrimonios de hoy y nos asombramos de lo mal que están las cosas. Pero cuando leemos lo que el magisterio de la Iglesia dice sobre el matrimonio, ¿buscamos una explicación light y descafeinada que justifique nuestra realidad? ¿Parece que no va con nosotros? Eso es muy complicado… eso será para los santos…

Si nos conformamos viviremos un matrimonio mediocre, al que le falta «azúcar» que lo endulce (el cariño nunca sobra) y «cafeína» para que le dé vigor (la ilusión y el deseo son el motor). San Juan Pablo II nos pone metas como esta: “se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las personas” (Catequesis 02/01/80). Queremos conocernos en la verdad de lo que somos y alcanzar la plenitud de esa intimidad. Ahí encontraremos la paz, la estabilidad. ¡Queremos de eso! Y queremos muchas otras cosas más.

¡Esposos! San Juan Pablo II toca y no bailamos. Nuestra Madre Iglesia nos avisa de los peligros de la situación que viven las familias de hoy, y no lloramos.

Señor, envíanos tu Espíritu. Que tu carne nos dé la fuerza y tu sangre nos purifique. ¡Prende fuego en nuestros corazones! No queremos vivir un sucedáneo. Queremos ser “discípulos de la sabiduría” y darle la razón. San Juan Pablo II, ruega por nosotros.

Tal como pide el Papa que hagamos a diario, oramos por el sínodo de la familia:
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El Proyecto de María. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 19, 25-27

EVANGELIO
Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena

Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
-«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego, dijo al discípulo:
-«Ahí tienes a tu madre.»
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor.

El Proyecto de María.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Según la hermenéutica del don, para que el don se dé es necesario que alguien lo reciba. Cristo se dona en la cruz y era necesario que alguien estuviese allí para recoger ese don de amor plena y perfectamente. Ella es María, Madre de la Iglesia, que acoge perfectamente la entrega del Esposo y recibe su sacrificio como don de salvación para su Esposa la Iglesia a la que ella representa.

María fue corredentora con Jesús, por su sí a la Encarnación y porque a los pies de la Cruz, participa de la entrega de su Hijo al mundo. Así los esposos, uniendo nuestro sufrimiento a la Pasión de Cristo, somos también corredentores el uno del otro: (Los esposos) “al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del Espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación (Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, n° 48).

Pero retomemos la escena del Evangelio: Cristo lo dona todo, incluso a su Madre la comparte con nosotros. Bendito don para la vida eterna. A través de Ella vino la Salvación y a través de Ella llegaremos nosotros al Salvador. María aparece junto a Jesús en las bodas de Caná, en el inicio del noviazgo de Jesús con su Esposa la Iglesia, cuando en la celebración de una boda comienza su vida pública. María vuelve a aparecer ahora en las bodas del Cordero, en la boda de Su Hijo que le entrega su cuerpo a su Esposa. En ambas situaciones, Jesús se refiere a ella como “Mujer” y no llamándola por su nombre, apelando a su Maternidad. María es Reina de la familia, y hoy la veneramos como Reina del Matrimonio.

Ella inició este Proyecto de Amor Conyugal, porque quiere llevarnos a Cristo Esposo. Ella conoce el camino: Nos convierte y nos pone en la senda del legado de San Juan Pablo II, el Papa de la familia, el gran devoto de Nuestra Señora de Fátima que le salvó de la muerte un 13 de mayo. Nos puso al Papa del “Totus Tuus” Todos tuyos, María. Ella va marcando el rumbo, es nuestra estrella, nuestra guía de Proyecto Amor Conyugal.

Damos gracias a Cristo por este inmenso don de nuestra Madre. Que como Juan, acojamos a María en nuestros hogares. Reina del Matrimonio, ruega por nosotros.

Oramos hoy con la preciosa secuencia:
Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.
¡ Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.

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Juntos mirando al Salvador. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Juan 3, 13-17

EVANGELIO
Tiene que ser elevado el Hijo del Hombre

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Palabra del Señor.

Juntos mirando al Salvador.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)

Cristo es levantado en una Cruz. Nuestro Esposo, se entrega por nosotros. El Padre le ha entregado. ¡Hay tanto amor!. Tomamos conciencia de que Dios nos entregó todo, el mundo, la vida, mis dones, mi esposo, mis hijos… ¡Todo!. Y después del sentimiento de agradecimiento que brota de mi corazón al ver tanta generosidad, hoy me encuentro que Dios entrega a Su Hijo para que yo me salve. Lo más grande para Él, con quién Él es uno, de su misma naturaleza, por quien todo fue hecho, a quien todo le ha dado… Lo entrega para mi salvación. ¿Quién más ha dado tanto por mí? ¡Por favor!. Es admirable, es un amor inmenso, infinito…

Miro a esa Cruz levantada, con el cuerpo deshecho de Jesús clavado en ella, y me admiro. Me sobrecoge tanta generosidad. Me sobrecoge la sobreabundancia del amor de Dios. En el mismo acto que el hombre rechaza a Cristo, Dios lo entrega con infinito amor. En el mismo acto Cristo es entregado por el Padre y rechazado por los hombres. ¿Cómo puede caber tanto amor en el corazón de Dios?.

Sí, nuestro Esposo se entrega por nosotros ¿Vamos a rechazarle también?. ¿Vamos a tirar por tierra todo el amor que desea darnos y todas Sus gracias? O vamos a abrazar al Cristo de Dios y vamos a decirle: “Te seguimos Esposo”. Con confianza ciega iremos donde vayas, porque nadie nos ha demostrado el amor que Tú nos das.

Entregarnos en la cruz es muy duro, pero más terrible es no entregarnos. Los esposos cristianos no somos masoquistas. No adoramos el sufrimiento, pero éste es el camino que Dios ha establecido para amar y recibir Su salvación. Renunciar al Señor, eso sí que es horrible. Cuando renunciamos a nuestras cruces, cuando no nos amamos en la dificultad, es cuando realmente nos sentimos mal. Cuando devolvemos mal por mal y el desamor se realimenta entre nosotros en una bola de dolor que crece y crece… entonces es cuando realmente experimentamos el dolor, el que nos hacemos mutuamente y el que nos hemos hecho a nosotros mismos. Mucho más dolor que si hubiéramos aceptado la cruz de una humillación o desprecio o juicio injusto del esposo. No se trata de adorar una cruz vacía, sino de amarnos como Dios nos ama en Jesucristo crucificado. Juntos mirando al Salvador, es nuestra vocación.

Hoy podemos aprender a ser esposos en el Esposo. ¿Qué mejor modelo?.

Señor, miramos a tu Cruz. Sálvanos.

Tal como pide el Papa que hagamos a diario, oramos por el sínodo de la familia:
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