EVANGELIO
Las mujeres iban con ellos, y les servían con sus bienes
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce y por algunas mujeres, que por él habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.
Palabra del Señor.
Nota: ProyectoAmorConyugal organiza un retiro para matrimonios y familias en Madrid, entre los días 21 y 23 de octubre. Pedimos vuestras oraciones.
Para más información pulsa aquí: http://wp.me/p6AdRz-wY
¿Cómo sirvo mejor a Dios?
¡Con qué alegría te servían esas mujeres!, Jesús, la comida de cada día. Con qué alegría te lavaban la ropa, te preparaban el lugar de descanso, pendientes de atender a todo el que se acercara en tu busca con el mismo cariño con que ellas fueron acogidas, pendientes de cada misión que les encomendaras. Porque ellas habían experimentado en su ser, la Vida, habían experimentado ese anuncio del Reino, sanadas del mal, y eso es lo más grande que puede experimentar una persona, saberse amada por ese Amor, rescatada de todo mal y nacida a una nueva vida.
También las vemos al pie de la cruz, las vemos llorar en el camino del calvario para preparar el cuerpo del Señor con ungüentos. Sin embargo, desde que Jesucristo resucitó, ya no cabe la tristeza. Ese camino de cada día, se hace gozando. Cuando nos encontramos con dificultades, es el momento de recordar la alegría y la Esperanza de la Resurrección, del triunfo sobre la muerte y todo lo oscuro. Es el momento de mirarte, Señor, y verte a mi lado y confiado en que estás, servirte con amor.
Tú nos envías a una misión en la que nunca nos dejas solos, hasta el fin de nuestros días. Sabes que no es fácil, que la misión de construir un matrimonio y colaborar en el crecimiento de unos hijos, no es fácil. Pero estás. Nos retiras a un lugar tranquilo, en cada encuentro con el Amor, en la Santa Eucaristía, en el Sagrario, en la oración juntos… Así puedes enviarnos a esas misiones donde se “mide” de verdad el amor que te tenemos, Señor.
Porque me sé amado, deseo responder a ese Amor, lo demás es “nada” al lado de esto. ¿Te sirvo con los bienes que me has entregado?. No quiero decirte cosas hermosas en nuestro encuentro y luego lastimarte en la vida, me esfuerzo por ser esposo en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida, que es lo que Te agrada.
Estás Tú, has resucitado y me has salvado. Soy feliz en todo cuanto quieras que haga. Eternamente gracias, Señor.