EVANGELIO
No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35
En aquel tiempo, en gentío dijo a Jesús: – «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Pan del cielo les dio a comer»». Jesús les replicó: – «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: – «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: – «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed».
Palabra del Señor.
Pan de los esposos.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz.(145) Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su
alianza conyugal. (Familiaris Consortio)
La Eucaristía es una obra de entrega nupcial. En la Eucaristía Jesús se hace ofrenda de sí mismo hasta el extremo. No podía entregarse más, se hizo alimento para su Iglesia, así se entregó Cristo-Esposo por su Esposa. Esa entrega de sí al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2,8). Así es como los esposos estamos llamados a entregarnos el uno al otro, hasta la ofrenda extrema de nosotros mismos, por obediencia a Dios, hacemos una alianza para toda la vida.
Eso es así de exigente, porque somos dos seres imperfectos, limitados… Y entre nosotros hay conflictos, decepciones, juicios injustos… Son pruebas, oportunidades para sacrificarnos, amando como Cristo, purificando nuestra concupiscencia… para enderezar nuestro corazón.
Por eso en la Eucaristía los esposos tomamos las fuerzas que necesitamos para vivir el amor del matrimonio. El matrimonio católico siente el aguijón del pecado y sus consecuencias. Pero, también, recibe la fuerza revitalizadora de recibir al mismo Cristo, encontrando en el amor matrimonial la posibilidad de superar el desorden del pecado y el avanzar en el camino hacia la caridad conyugal.
Es como lo plantea san Pablo: Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al consumir el Cuerpo de Cristo, nuestro amor de esposos se transforma en el mismo amor de Cristo, de un modo misterioso.
Reina de la familia, ruega por nosotros.