EVANGELIO
No quedará piedra sobre piedra.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21, 5-11
En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «Esta llegando el tiempo»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambre y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».
Palabra del Señor.
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Las luces nos rescataron.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
De todo lo que construyamos aquí en la Tierra, habrá un día en que no quede piedra sobre piedra.
Entonces ¿Qué quedará del fruto de mis esfuerzos y de mi trabajo? ¿Y del de nuestros hijos? Con todo lo importante que me parece lo que hago cada día, con toda la responsabilidad que siento, sólo el amor que ponga en lo que hago, permanecerá. Sólo lo que contribuya a que mi esposo y mis hijos vayan al cielo, permanecerá. Pero eso que puedo aportar es hermoso, es una gran oportunidad que Dios me da para que colabore con Él.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Pedro: María, he tenido un sueño. Llegaba el fin del mundo, y veía cómo, entre fuertes temblores y fogonazos se iba destruyendo todo. Simplemente se desintegraba. Veía el mueble ese que tantos berrinches me costó cada vez que me parecía que Pedrito lo iba a arañar con su triciclo, y lo veía astillarse y pulverizarse hasta desaparecer. Me pregunté, ¿Y para qué hice sufrir tanto a nuestro hijo por aquel mueble? Mi reloj de pedida, el que siempre escondía para que no me lo robara la asistenta, se fundía. El oro se mezclaba con el acero y chorreaba y se perdía por las rendijas del suelo hasta no dejar rastro… Después de lo mucho que lo protegí, y lo cuidé como un auténtico tesoro, por su valor, por los recuerdos… pero se esfumó. Poco a poco íbamos viendo desaparecer todo lo que tanto nos ha costado conseguir y mantener, la casa misma, se volatilizaba ante nuestros ojos atónitos… Quedábamos tú, yo y nuestros hijos, sin nada ¡Nada más!. Quedaban también nuestros vecinos, unos 100 metros más allá.
De repente aparecieron como unas luces y unas sombras que empezaban a girar en torno de cada uno de nosotros. Nos observaban para ver cómo nos mirábamos. Vi cómo entre los vecinos crecía una especie de muro que los aislaba a unos de otros, hasta que quedaban completamente encarcelados. Vi como a nuestro alrededor empezaban también a formarse esos muros. Eran nuestros rencores, nuestras heridas que nos separan y que no hemos sabido perdonarnos. Eran nuestros desprecios, nuestro orgullo, nuestros egoísmos… Pero a la altura de la rodilla se interrumpían y surgían unos lazos blancos que se entrelazaban uniéndonos entre nosotros. Era el amor que nos tenemos, que impedía que continuasen creciendo aquellas cárceles de piedra.
Entonces apareció un gigantesco Rey. Era Cristo envuelto en una potente luz. Y mandó a las luces y a las sombras que actuasen.
Las sombras se llevaban a los vecinos, a Clara, a Marcos, y a los tres chavales, entre sollozos y gritos desgarradores, y rompí a llorar sumido en una profundísima tristeza desconocida hasta entonces, el inmenso dolor de haber perdido a nuestros amigos para siempre. Después, las luces nos envolvieron y nos rescataron a nosotros, impidiendo el acceso de las sombras que arremetían ferozmente para intentar alcanzarnos.
El sueño acababa con una voz que decía: “Será antes de lo que creéis”. Y me desperté sudando, con la sensación de que, si esto ocurriese hoy, acabaríamos encerrados en una torre de nuestro individualismo y arrastrados por las sombras.
María, siempre he pensado que iríamos al cielo, pero no lo tenemos garantizado. No debemos confiarnos. Debemos luchar mucho más y trabajar por lo eterno, entre nosotros y con nuestros hijos. El resto lo hará el Señor.
Madre,
Es verdad que sin querer, me veo entre los salvados. Me parece como que los malos son otros. Pero no tengo ninguna garantía de que vaya a ser así. ¿Y si me llevo la horrible y desgarradora sorpresa de perder la vida eterna? No debo confiarme, Madre. Tengo que construir muchos lazos de amor con mi esposo primero y con mis hijos después… El Señor me anima siempre a estar alerta. Señor, ten piedad y misericordia de nosotros. Amén.