Las dos puertas.
O las dos banderas, como las llama San Ignacio.
Veamos qué nos dicen los doctores de la Iglesia sobre este Evangelio:
Remigio: ‘Explicando el mismo Señor el sentido de este pasaje, según San Marcos dijo (Mc 10,24): «Difícil es a los que confían en sus riquezas entrar en el Reino de los Cielos». Confían en sus riquezas los que tienen puestas en ellas todas sus esperanzas.’
San Hilario: ‘Porque no se adquieren los bienes del mundo… sin exponerse a los vicios del mundo. Y ésta es la dificultad que tiene el rico de entrar en el Reino de los Cielos.’
Por tanto, el primer problema del rico es el de poner la confianza en el dinero y no en Dios. El segundo riesgo es exponerse a otro tipo de vicios.
Y ¿Cómo aplica esto a los matrimonios y las familias?.
En el matrimonio:
¿No es verdad que normalmente el que tiene éxito en la vida, tiende a sentirse superior? Vanidades y orgullos que endurecen el corazón, que crean desequilibrios entre los esposos “ayuda semejante” el uno para el otro. Un pedestal desde el que se ve al otro inferior. Unos bienes que no son bienes comunes.
En la familia:
¿No es verdad que los padres de familia tendemos a poner la confianza en el dinero? Quizás nos empeñamos demasiado en darle a nuestros hijos una buena carrera pero no tanto en llevarlos al camino del Señor. ¿Cuánto tiempo y cuántos esfuerzos dedicamos a darles una buena formación intelectual y cuánto en darles una formación espiritual? Si pudiese pesarse, todos sabemos hacia dónde se inclinaría la balanza. Y ¿No les estamos enseñando a nuestros hijos con ese desequilibrio de prioridades a que pongan su confianza en el dinero?. ¿Cuánto tiempo dedicamos al Señor? O no queda tiempo: “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.” Las familias estamos llenas de “obligaciones” para la propia familia, amigos, familias de origen y … ¿Y para con Dios?.
Unas monjas nos dijeron una vez: “Hay matrimonios que no tienen tiempo para dedicar a la oración, y lo que no saben es la cantidad de tiempo que pierden por no rezar juntos.”
Podríamos incluir en el mismo grupo de “los ricos” a aquellos que no lo son, pero que ambicionan las riquezas. Mostremos a nuestros hijos dónde tienen que poner la confianza, confiando nosotros en Dios. Que en cada dificultad, nos oigan que la ponemos en manos de Dios. Que en cada cosa buena que nos venga, nos oigan dar gracias a Dios. Animémosles a que, den gracias a Dios por todo lo que les damos, porque todo viene de Dios. Digámosles que todo lo que reciben ahora, no es para su enriquecimiento personal o presumir y ponerse por encima de otros, sino para que en un futuro puedan dar gloria a Dios con su trabajo, para que construyan un mundo mejor para sus hermanos y para dejarlo en heredad para sus hijos y los hijos de sus hijos.
Como dice San Jerónimo. ‘No dijo: Que lo dejasteis todo (porque esto también lo hizo el filósofo Crates y otros muchos que despreciaron las riquezas), sino y que «me habéis seguido», que es propiamente de los apóstoles y de los creyentes.’ No se trata de dejarlo todo sino de seguir a Cristo. Seguir su camino de glorificar al Padre, de hacer lo que le agrada. Colaborar en la misión creadora del Padre y en la misión salvadora del Hijo.
Pero si es imposible para el hombre ¿Por qué nos pide Cristo que lo dejemos todo? Cristo quiere que vivamos en la verdad. Todos los santos lo han hecho. Veían que tenían que dejar hasta el último minuto de su vida aquí, como San Francisco. Volvemos a la cuestión de la confianza. Nosotros no podemos, solo Dios, y por eso sólo podemos poner la confianza en Él.
Si haces a tu hijo arquitecto, igual mañana consigue las llaves de un Bentley. Pedro siguió a Jesús y recibió las llaves del Cielo. ¿En qué puerta pones la confianza de tus hijos?.
Oramos con el Salmo: (Pongamos nuestras familias en Sus manos) Porque el Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos.