La travesía.
Jesús apremió a los discípulos a subir a la barca y a ir al otro lado del mar, donde estaba la tierra de los paganos. Él mismo subió a la montaña para rezar, no fue con ellos, pues debían aprender a enfrentarse a las dificultades unidos y fortalecidos por la fe en Cristo.
La barca siempre ha simbolizado la Iglesia. Nosotros aplicamos el símil de la barca a la iglesia doméstica, que es nuestra familia. Tiene la misión de dirigirse a los «paganos» entendiendo por paganos quienes no conocen a Cristo pues no tiene una relación íntima con Él: en la oración, en los sacramentos… ¿Quién de nuestra familia no necesita una determinada determinación en el conocimiento de Jesús?.
La travesía es cansada y se demora. La barca es agitada por las olas, pues el viento es contrario, ofrece resistencia. A pesar de estar remando toda la noche, caminando tras Jesús, orando… falta mucho para llegar a tierra.
El que nos llamó desde nuestra vocación juntos a esta misión, es el Señor de la naturaleza, y toda ella le obedece: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. No actúa solamente en el plano espiritual. Todo le está sometido: Camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?
¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo. ¿Acaso no es lo que nos hace hundirnos, cuando empezamos a mirar el problema y no a Cristo? o cuando empezamos a mirar a nuestro esposo y no a Cristo en él… “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”
Ante el problema: la necesidad de la fe y de una confianza absoluta en la gracia y poder de Dios. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él.
Hoy oramos con la hermosa propuesta de Pedro: Señor, mándame ir a ti. Manda que todos los miembros de nuestra familia vayamos a Ti. Sabemos que nos rescatarás cuando desfallezca nuestra fe.