Hora de limpiar el trastero.
En este Evangelio, nos llama la atención que el Señor le pide a la viuda que deje de llorar. Su situación era dramática: Además de acabar de perder un hijo, una mujer en aquellas circunstancias se quedaba sin sustento. Ya sólo le quedaba esperar su propia muerte. Cristo, sin embargo le dice que no llore.
Si nos quedamos enfrascados en el dolor, derrotados por las penas, la fe “pasa de largo”. La desesperanza es enemiga de la fe: Fe, Esperanza y Caridad, van las tres unidas. Es importante no dejarse llevar por los sentimientos y centrar, desde la voluntad, nuestra confianza en el Señor. Él puede hacer el milagro, como en el caso de la Viuda de Naín. “A ti te lo digo, muchacho, levántate”. Sal de tu dolor, sal de la autocompasión que te mantiene enterrado.
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La oración es un acto de fe, de confianza en Dios y de obediencia. Podría incluso no haber palabras y poder estar dándose una auténtica oración, como hizo Abraham. Tenemos que desconfiar de la oración que no se traduce en obediencia. Recordamos a aquella de religiosa que decía: Mucha mística, mucha mística, pero a la hora de coger la escoba siempre somos las mismas.
La oración es búsqueda de Dios, búsqueda de su voluntad. La oración entendida equivocadamente es antropocéntrica: nace en el hombre y termina en el hombre. No es una técnica de relajación. La oración auténtica es Cristocéntrica: Nace de Dios y termina en Dios, pero integra al hombre para que sea libre. Gráficamente podríamos representar la oración como una barquichuela, que llega al puerto y lanza una soga para el amarre. Lo que se acerca no es el puerto a la barquichuela sino la barquichuela al puerto.
(Mons. Munilla: Explicación del catecismo Nª 2570. Radio María)
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A veces, nuestro esposo está desanimado, preocupado… no nos hundamos con él/ella. Toquemos su “ataúd” como hizo Cristo, sintamos lástima, pero inmediatamente actuemos. “Ven esposo/a mío/a, ven a mi corazón, que quiero resucitar contigo para poder experimentar juntos el amor de Dios. Pongámonos en las manos de nuestra fe y de nuestro Salvador”. Pidámosle a Él que vaya por delante de nosotros en esa cruz y confiemos. La oración es obediencia, es una disposición de la voluntad. A veces tiene lugar de una forma dramática porque es una rendición de la voluntad. En Abraham, la obediencia, hasta que llega a ser filial, le cuesta. La verdadera libertad es un estado de obediencia.
El hijo de la viuda se incorporó y empezó a hablar. El que está vivo, comunica, comparte, se relaciona, no se encierra. Decíamos que, a veces Dios permite que pasemos por situaciones complejas o difíciles, para que salgamos de nosotros mismos y rindamos nuestra voluntad. El matrimonio es una excelente vocación para salir de esa habitación cerrada a la que le falta ventilación; ese trastero en el que convertimos nuestro interior, lleno de manías, autoconvencimientos, prejuicios y malos hábitos. Es bueno que dejemos entrar al esposo/a, que lo remueva todo, coloque las cosas donde jamás las pondríamos, tire lo que le parece que no tiene utilidad y que retire los muebles viejos para limpiar detrás. Obedecer al esposo/a es muy importante para que salgamos de nuestros egoísmos, nuestros miedos, nuestro hermetismo… para salgamos de nuestros “amarres” y hacernos libres.
Hoy Cristo se dirige a nosotros: “Deja de quejarte. ¡Esposo/a, a ti te lo digo, levántate!”.
La imagen de la mujer libre por excelencia es María: La que dijo “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra”. Es la sublime obediencia, raíz de la plena libertad. No hay nadie más libre que María.
Oramos con el Salmo: Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.
No se pueden decir tantas cosas importantes y enriquecedoras mejor, Magüi, cuanto bien le hacen a mi alma vuestras reflexiones, muchas gracias!!!!
Alabado sea el Señor, María José. Que Dios te bendiga.
Muchas gracias por participar en este sitio de María.