EVANGELIO
Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Palabra del Señor.
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Hasta rasgar el cielo.
Contemplamos hoy esta bella imagen de la Santísima Trinidad: El Hijo es bautizado por Juan, se rasgan los cielos y aparece el Espíritu Santo y la voz del Padre que lo bendice diciéndole que “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco” en ese ejemplo de amor del Padre hacia el Hijo. Decía Benedicto XVI que “Su comunión (de Cristo) con la voluntad del Padre abre el cielo, porque es el cielo el lugar del cumplimiento de la voluntad de Dios”.
Por tanto, también nosotros podemos “abrir el cielo” si acogemos la voluntad de Dios para nuestra misión conyugal. También nosotros tenemos un predilecto, que es nuestro esposo, y también Dios, en nuestro bautismo hizo bajar el Espíritu Santo sobre nosotros. Contemplamos la escena y la llevamos a nuestra vida conyugal.
Gracias a la obediencia de Jesús, la barrera que separa la Comunión Trinitaria del amor infiel e imperfecto de los esposos, cae para permitir que seamos testigos de su Amor Trinitario aquí en la tierra. Promoveremos fielmente la verdad del amor conyugal, y entonces, el cielo se rasgará porque hemos sido fieles a la voluntad de Dios.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Pedro: (Rezando) Señor, hay muchas veces que no entiendo lo que pasa entre mi esposa y yo. Hay muchas veces que no comprendo qué le pasa, hay otras muchas que lleva cuentas del mal sin que se le olvide nada y no ve lo mucho que me esfuerzo y lo mucho que la quiero. Hay otras muchas veces que vuelvo a hacerle daño aunque no quiero, y otras muchas que me sorprendo a mí mismo pensando en mí otra vez en lugar de pensar en ella… en fin, un desastre. Pero Señor, yo quiero hacer Tu voluntad por encima de todo, aunque no entienda nada, aunque sea tan torpemente, aunque no sea capaz con mis fuerzas. Quiero que lo sepas. Te pido con todas mis fuerzas y con toda mi ilusión, que se haga Tu voluntad, hasta rasgar el cielo. Amén.
Madre,
A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas… vuelve a nosotros esos Tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús… Ruega por nosotros Santa Madre de Dios para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.