EVANGELIO
El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 1-8
Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo:
«Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Nicodemo le pregunta:
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? ».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo»; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Palabra del Señor.
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¿Gobierna el Espíritu?
Jesús me dice hoy qué tengo que nacer de nuevo, nacer del Espíritu. Arrepentirme no es suficiente. Si no nazco del Espíritu y vivo según las pasiones de la carne, no sirve. Entiendo perfectamente aquellas actitudes de san Francisco, san Ignacio, Santa Teresa… Ellos hicieron un cambio drástico en sus vidas, un cambio en el que dejaban ya de gobernar sus propias almas para dejar que fuese el Espíritu quien las llevase hacia Dios por Su propio camino. Yo ni siquiera sé llevarme a mí mismo hacia Dios y todas mis estrategias y propósitos no funcionan. Tengo que nacer de nuevo, tengo que renunciar a toda la “nada” para recibir al “Todo”, como San Juan de la Cruz. Basta ya de defenderme, basta ya de dar mis razones. Humildad y obediencia… Señor, hazlo Tú, que yo no puedo.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Él lleva varios días agobiado porque, por las circunstancias urgentes del día a día, no consigue avanzar en un trabajo importante que tiene pendiente. Hoy ya había tomado la determinación de centrarse y avanzar. Pero su esposa le interrumpe con otras cosas y, en un momento dado, hace incluso un comentario sobre lo que lleva ya trabajado, que tira por tierra las ilusiones que él había conseguido reunir para ponerse a ello. Además, quiere que él haga el trabajo de otra manera diferente a como lo está haciendo… Él pierde la paciencia y responde diciéndole a ella algunas cosas que tampoco hace correctamente en sus trabajos… Sin gritar, pero ¿con qué intención? Se crea entre ambos un clima de oposición. Por al noche, cuando él le pide perdón a ella, su esposa en lugar de perdonarle y ya, comienza a darle un discurso aleccionador… y él vuelve a responder presentándole a ella sus desatinos. Vanidad de vanidades… ¿Acaso está dejando él que gobierne el Espíritu su corazón? Puede que tenga razones para aducir en su defensa, pero esto no es ser un esposo cristiano, porque no es el Espíritu de Dios quien gobierna este proyecto de amor.
Madre,
Ayúdame a renunciar, naciendo de la voluntad de mi esposo, para que el Espíritu pueda apartar de mí todo lo que me separa del amor de Dios. Te doy gracias porque a través de mi esposo, puedo nacer del Espíritu, puesto que el Espíritu está en nuestra unidad conyugal. “La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular”. Cristo ha resucitado en mi matrimonio. ¡Aleluya!