Esposos en la certeza de la esperanza.
Hoy, Señor, también a mí, te revelas, me exhortas y me acabas preguntando: ”Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”
Yo creo, Señor, que tú me has redimido y has redimido también nuestra relación conyugal. Como dice San Pedro: «No os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia. Antes, conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo vuestro proceder, porque escrito está: Sed santos, porque santo soy yo…» (1P 1,14-16 cf. Mt 10,17).
O como dice San Juan Pablo II (audiencia 6/04/83) “todos los cristianos, están llamados a ser como él, los justos que sufren manteniéndose en la certeza de la fe y de la esperanza, y precisamente por este camino están en su puesto, cumplen su misión en la gran dialéctica histórica: son, con Cristo y por Cristo, fuerza de regeneración, fermento de vida nueva.”
Para nosotros, el sacramento del matrimonio, es, especialmente, el sacramento de la esperanza. Cuando se proclama un matrimonio santo, la fecha de celebración es la fecha de su matrimonio. Se pone así de manifiesto una comunión heroica en la carne. De alguna forma, se ilumina la comunión de los santos en el cielo, mediante una vida vivida aquí en la Tierra. Es como abrir una ventana al cielo. Ayuda a otros a creer que existe el paraíso, que es posible.
Seamos con Cristo, testigos de la esperanza, manteniéndonos en la certeza de la fe, de que Cristo regenera nuestro amor conyugal.
Creo!, Señor.
Oramos con el Salmo: Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. Mientras, nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación.