El tesoro de Dios escondido en el matrimonio.
El reino de Dios es impresionante, es una realidad «misteriosa». Se presenta discretamente (como la «levadura») ante el matrimonio y la familia, pero es determinante y de gran valor: vale la pena dejarlo todo por este Reino, vale la pena renunciar, hasta que me duela, a todo lo que me aleje del amor de Dios y por lo tanto de los demás. Vale la pena buscarlo con todo el empeño de los buscadores de tesoros y mucho más, pues éste es infinitamente más valioso.
Todo el mundo tiene un tesoro: Su cuerpo, su trabajo, su dinero, su fama, su poder, su tiempo libre, su comodidad… Pero Dios Amor nos propone en Jesús un reinado de amor, comprensión, misericordia, verdad… Los demás tesoros son falsos. Se degradan, se pierden y no satisfacen al ser humano.
Es un tesoro enterrado, pues está oculto a los ojos del cuerpo, sólo los ojos de corazón que desean amar, lo encuentran. Ni sabios, ni psicólogos, ni teólogos…
Pero uno no vende todo porque sí. A veces se nos anima a ello, al sacrificio porque sí, y no funciona. Uno vende porque ha descubierto la belleza de un tesoro. Se parece a aquel esposo, que descubre un tesoro en su matrimonio. Entonces sí vende todo lo que tiene: Su tiempo, sus gustos, sus criterios, su voluntad… para comprar esa comunión conyugal en Cristo. Es la finura de una perla, difícil de coger, porque hay que bucear, difícil de reconocer, porque sólo Dios la revela.
El reino de los cielos está cerca. Ya está aquí. ¿Qué mayor tesoro hay?: Que Tú, Señor, reines en nuestra casa, una familia unida, unos hijos con esperanza, los bienes comunes, el brillo que veo en mi esposo/a después de 24 años de casados… es la belleza que Dios ha creado en su alma y sólo Él nos puede mostrar, es la verdad que me convence, el amor hermoso fruto del Espíritu Santo, es la oración juntos que nos va uniendo en Tu Corazón, son Tus deseos, Tus caminos…
¿Por qué se esconde entonces? Porque es un tesoro en la intimidad de la comunión. Es un tesoro que lejos de presumir de Él, nos mueve a preservarlo, sabemos que no nos pertenece y merece todo el respeto y cuidado, sabemos que es demasiado valioso para nosotros.
Sólo Tú ves y conoces, sólo Tú, el Rey, sabes lo que tiene Tu reino, y aquel a quien se lo quieres mostrar.
Muéstranos Madre la belleza del amor conyugal, de la comunión. Trabajemos juntos para seguir descubriéndola.
Oramos con el salmo: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!