Cosas muy feas. Comentario para Matrimonios: Mateo 15, 1-2. 10-14

EVANGELIO

La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 15, 1-2. 10-14

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron:
«¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?».
Y, llamando a la gente, les dijo:
«Escuchad y entended: no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre».
Se acercaron los discípulos y le dijeron:
«¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?».
Respondió él:
«La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».

Palabra del Señor.

Cosas muy feas.

Ya lo dice San Agustín: El Señor no se refiere a lo que sale de la boca como tal, sino a lo que sale del corazón. Puede que sea un mal pensamiento, y mancharía al hombre igualmente.
Una de las cosas más destructivas que puede salir del corazón y mancharme es la crítica. Nosotros que somos padres, cuando contemplamos a nuestros hijos que se critican el uno al otro, o cuando un hermano habla mal de otro, nos produce dolor. Queremos que nuestros hijos se miren con buenos ojos, se admiren mutuamente, se echen de menos, aprendan unos de otros, se ayuden… hablen bien unos de otros. Pues cuánto más nuestro Padre celestial, querrá que bendigamos (digamos bien) de nuestros hermanos.

Y hay un hermano muy especial, con el que Él ha querido bendecirme, para que le admire, que aprenda de él/ella, que hable bien de él/ella, con un respeto exquisito. Que le venere incluso por ser hijo de Dios. Y ese hermano es mi esposo, con el que Dios quiere que construya una comunión de personas muy especial, muy profunda y muy íntima. Pocas cosas hay más feas que hablar mal de mi esposo, que, en el fondo es hablar mal de mí mismo. No seamos ciegos que guiemos a nuestros hijos hacia el hoyo, mostrémosles la belleza del plan de Dios en nosotros. Esta planta, la de nuestro matrimonio y nuestra familia, la ha plantado nuestro Padre celestial, y no debe ser arrancada nunca. Hay que mirar la manera de que dé fruto abundante.

Aterrizado a la vida matrimonial:

Alicia (Madre de Pedro): Pedro, tu mujer es un poco mandona ¿No? Me da mucha pena de ti, hijo. ¿Por qué no le dices algo?
Pedro: Perdona, Mamá. Sé que te debo un respeto enorme, pero no te voy a consentir que hables así de mi esposa. A mí me parece que es una maravilla de mujer. Tiene sus defectos como todos, como yo mismo, pero la quiero tal como es y ahora es mi vida y mi prioridad. Tenemos que construir un matrimonio precioso juntos.
Ana: Tía, tu marido es un moro. No le gusta nunca que salgas con nosotras. No sabes la que te perdiste el viernes pasado. Lo pasamos genial.
María: Perdona Ana. Mi marido es un hombre maravilloso. No quiero que vuelvas a criticarlo en mi presencia. A mí me gusta tal como es y le quiero con locura. Y desde luego que prefiero mil veces haber estado con él el viernes, por muy bien que os lo hayáis pasado.
Ana: ¡Ay hija! Cómo estás de empalagosa con tu maridito… Siempre juntos, siempre juntos…

Madre,

Bendecir a mi esposo es bendecirme a mí mismo, porque mi esposo es parte de mí. Sé que Dios es un Padre bueno, y quiere que Sus hijos estén unidos. Tengo que hacer muchos sacrificios para purificar mi corazón y no mirar a mi esposo con malos ojos. Ayúdame Madre, a mirarle con el corazón limpio para ver a Dios en él/ella. Te lo pido, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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