Acoger al esposo pecador.
Toda la dinámica del amor, consiste en que primero hemos sido amados para después poder amar.
Todo empieza en la fuente del amor, que es Dios Padre. La única manera de amar es donándose, es decir entregando dones en los que va parte de la persona que los da. Así, Dios entrega a Adán todas las cosas del mundo. Es importante que Adán entienda que todo ha sido un don de Dios antes de poder establecer ninguna relación.
El valor que todo eso tiene para Dios, es alto, porque son sus creaturas, y Él las ve buenas.
Además, Adán se comprende a sí mismo como un don de Dios, como el don más preciado, porque Dios lo ama por sí mismo. No depende de lo que haga, sino que lo ama por sí mismo. Tal como es. Es la única creatura a la que Dios ama así, a diferencia de todos los demás seres vivos (animalia).
Es muy importante que Adán se sienta amado por sí mismo, porque ese amor de Dios, es lo que le da la dignidad. El valor de las cosas, depende del amor que Dios les tiene, y de nada más. Entender esto, es clave.
Hasta aquí, esta experiencia, es la que S. Juan Pablo II llama la “soledad originaria”.
Después que el hombre ha vivido esta experiencia, está preparado para amar. Para entregarse como don de Dios a otros. Aquí empieza la experiencia de la “unión originaria”. Dios invitaba a Adán a recibir a Eva como un don suyo, y hacía lo mismo con Eva. Sólo al aceptarse mutuamente de manos de Dios, Adán y Eva pueden entender adecuadamente, la dignidad del otro. Dios no solo me da cosas, sino que quiere darse a sí mismo, pues me entrega algo muy preciado para Él. El don de tu persona me muestra que Dios es mi Padre.
Por tanto, el valor de ese don, no se mide por mi visión de ese don, sino por la visión que Dios tiene de él/ella.
Cristo vino a llevar a plenitud esta experiencia de la soledad originaria. Vino a revelarnos cómo Él recibe el don del Padre y cómo se entiende a sí mismo como un don del Padre en su entrega.
¿Cuál es el don que recibe Cristo del Padre? Cada uno de nosotros: “Los que me diste” (Jn 17,6). Cristo nos muestra el valor que tiene ese don del Padre, porque nos amó hasta el extremo. Su amor llega hasta el extremo porque no se vuelve atrás ni siquiera ante aquello que parece denigrar la dignidad del hombre. Sigue recibiéndole como don del Padre incluso en medio de su pecado, a la vista de su desprecio del otro y del su odio. Pues “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10) (Llamados al Amor)
El hecho de que el hombre peque, no implica que Dios deje de amarle. Dios le sigue amando de igual manera, incluso podría parecernos que más, porque le ve necesitado (Como se observa en la parábola del hijo pródigo o la oveja perdida). Por eso, la dignidad de una persona, su valor para Dios, no se reduce con el pecado. Y Dios sigue enviándole dones para recuperar a esa persona. Les envía sus profetas, a sus discípulos para que les comuniquen la buena noticia. Más aún, les envía a su Hijo único: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
¿Cómo miramos nosotros a aquellos que están lejos de Dios? ¿Cómo miramos al esposo que peca y hace cosas que nos desagradan porque van en contra de la voluntad de Dios?.
Los esposos tenemos que seguir mirándonos con la dignidad infinita que tenemos. Con el amor infinito que Dios nos tiene. Mi esposo/a es un don de Dios para mí, porque Dios le ama por sí mismo/a, independientemente de lo que haya hecho. Merece Su misericordia. Merece que Cristo coma con él/ella, se haga hombre por amor a él/ella, viva una vida por amor a él/ella, sea insultado por amor a él/ella, sea golpeado por amor a él/ella, sea juzgado injustamente por amor a él/ella, ridiculizado por amor a él/ella y crucificado y muerto por amor a él/ella. Esto demuestra la enorme dignidad que tiene. El enorme don de Dios que él/ella es para Cristo y debe serlo para nosotros.
No podemos mirar al esposo desde nuestra mirada, desde el valor que nosotros le concedemos, sino por el valor que Dios le da por el amor que le tiene.
Quizás seamos nosotros la tabla de salvación que Dios le envía. ¿Voy a ser también yo un don de Dios para él/ella? O voy a rechazarlo porque desde mi punto de vista no se merece nada. ¿Se merece también que, como Cristo fue entregado por el Padre para su salvación, Dios me entregue también hoy a mí como colaboradores de ese plan de salvación?.
Al fin y al cabo, además, yo también soy un/a pecador/a.
Amar es un compromiso de unirse al destino de la persona amada. El destino de Cristo lo conocemos. Todo lo hizo por el Padre. ¿Queremos o no queremos amar a Cristo?.
Todo es don de Dios. Yo para mí, tú para ti, Tú para mí, yo para ti, ellos para nosotros, y nosotros para ellos. Esto es ser cristiano. Con Cristo podemos recuperar el plan de Dios.
Alabado sea el Señor.