Este modo de hablar es duro… o Tú tienes palabras de vida eterna.
Las mismas palabras de Jesús son interpretadas de dos maneras muy diferentes. Es cierto que el mensaje de Jesús es exigente.
También el matrimonio es exigente y es duro. Pasamos juntos por muchas dificultades, desengaños, “infidelidades” a nuestra promesa de entrega total del uno al otro…
Pero si nuestra unión no la contemplamos como una promesa de vida eterna de Dios en Cristo, nuestra percepción se convierte en una experiencia cada vez más dura.
Jesús hoy nos pregunta ¿Esto os hace vacilar? Pero Dios nos ama sufriendo. Si nosotros huimos siempre del sufrimiento ¿Qué le estamos enseñando a nuestros hijos? ¿Somos representantes de la paternidad de Dios para ellos? La verdadera gloria de Dios es vernos salvados y vivos. Si entendiéramos esto, no dudaríamos en optar por la puerta estrecha.
Cristo, que rebela el hombre al propio hombre, como decía San Juan Pablo II, reconoce perfectamente cómo fue el Padre quien le entregó a los discípulos: “Los que me diste” (Jn 17,6) y es el Padre quien entrega también a su Hijo: “Dios entregó a su unigénito” (Jn 3,16).
Y éste es el modelo de entrega para los esposos. Es Dios quien me entrega a mi esposo/a y es Dios quien me entrega a mí a mi esposo/a, con nuestro consentimiento.
Mirando nuestra vida conyugal y nuestra mutua aceptación desde esta perspectiva, las experiencias en nuestro matrimonio cambian totalmente. Probadlo!
¡Señor, Tú tienes palabras de vida eterna!, palabras que cuando el matrimonio contemplamos juntos vivimos y experimentamos estar vivos y creen.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre.