El qué y el cómo.
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Jesús nos ha amado y nos ama como el Padre manifestó su amor hacia Él en el Bautismo: “Tú eres mi Hijo Amado, en quien me complazco”.
Así es su amor por nosotros y así debe ser nuestro amor entre los esposos. ¿Me complazco en mi esposo/a? ¿Me preocupo cada día de verle satisfecho/a y alegre?
Sería un buen momento para detenernos y pensar si sé lo que le hace feliz y si estoy contribuyendo a su felicidad, pues lo que le hacemos a nuestro esposo, a Dios se lo hacemos. ¿Creo que Dios se complace también en nuestro matrimonio?.
También Jesús nos dice en este Evangelio: “permaneced en mi amor”, es decir, no os separéis de esta realidad en vosotros, de este inmenso amor que nos habita desde siempre y se encarnó el día de nuestra boda en nuestro matrimonio. ¿Cómo hacer que permanezca? Guardando los mandamientos. Y Jesús los resumió en: “amaos como yo os he amado”. Si amo a mi esposo (en genérico) como Cristo, permanezco en su amor, y mi alegría llegará a su plenitud.
Y si no es así, como decía San Pablo, aunque hable como los ángeles, conozca todos los secretos y el saber, tenga fe como para mover montañas, reparta en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo… , Si no permanezco en el Amor de Dios y me complazco en mi esposo/a, todo lo que haga, de nada sirve. Estaré triste, depresivo…
Estamos llamados a vivir aquí desde nuestra llamada, un amor de comunión y Jesús nos ha elegido para vivirlo en plenitud.
Y nos muestra el camino: la donación: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” Así Amó el Padre, dando lo más preciado de sí mismo, lo mas íntimo y profundo de sus entrañas, a su Hijo Amado por nosotros. Y su Hijo lo expresó en la carne sobre la Cruz, todo lo entregó: sus vestiduras, su Sangre…
Todo se lo entrego a mi esposo, todo y juntos todo se lo entregamos a nuestros hijos por su salvación, mostrándoles en nuestra carne el amor de esposos, de una vida que ama entregándose, así les enseñamos a amar: Amándonos. Así nos lo enseñó Dios.
Rezamos con el Salmo: (El Señor) Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo.