La iniciativa es de Dios.
“Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Esta frase está en total consonancia con la Soledad Originaria de la que hablaba Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano. Antes de que se produjese la unión hombre-mujer, era necesario que el hombre tomara conciencia de su origen. Que se sintiese creado por Dios y amado por Dios. Después, vendría su necesidad de formar una comunión a imagen de Dios. Este proceso ocurre una sola vez en el estado original del hombre, pero tras el pecado, que necesitamos una conversión diaria, tenemos que volver a tomar conciencia de este hecho antes de vivir la necesidad de crear o mejorar esa comunión entre los esposos.
La iniciativa es de Dios, y por tanto, para vivir la verdad, debemos buscarla en Él como origen también de nuestro matrimonio. Explicarlo desde la visión imperfecta que podemos tener uno del otro y desde las carencias de uno y otro, se hace imposible. Por este motivo se separan tantos matrimonios. El punto de partida es Dios. Tenemos que entender que Él nos ha creado al uno PARA el otro. Siéntete amado por Dios, o no conseguirás jamás amar a tu esposo/a.
El segundo paso es seguir a Cristo. Olvídate de cómo crees que debes amar a tu esposo/a. Mira y admira cómo lo hace Cristo por su Iglesia: “Todo el que escucha lo que dice el Padre, aprende y viene a mí.” Tenemos que entender en nuestro corazón que Él nos salva día tras día en la Eucaristía (Juntos los esposos, si no puede ser físicamente, al menos en nuestro corazón), en la Confesión y en el Sacramento del Matrimonio: No nos olvidemos! Es una gracia permanente que se activa cada vez que realizamos un acto de entrega.
Y por último, “el que cree, tiene vida eterna.” El que cree en esto, empieza a disfrutar de un verdadero matrimonio y atesorar tesoros en el cielo.
Señor, no podías decirnos más a los esposos en tan pocas palabras. Gracias por la Palabra. ¡Gracias por la Eucaristía! Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Disfrutemos de Él JUNTOS.