EVANGELIO
No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificios
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «Misericordia quiero y no sacrificio»: que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Palabra del Señor.
Nota: El 19 de julio a las 20:30, primer encuentro de Proyecto Amor Conyugal en Barcelona. Para más info:
La misión.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
Jesús practicaba lo que acababa de enseñar en el Sermón de la Montaña, enseñó la acogida a pecadores… Nos habló de la dicha del que sufre por amor, del que llora, del que es misericordioso… Nos muestra la dicha que viene después de acoger el mal, para convertirlo en bien. Y Él mismo lo practica al acoger a leprosos, extranjeros, enfermos, endemoniados, paralíticos, publicanos, en definitiva, pecadores. Jesús viene a sanar lo que está enfermo ¿Cuántas cosas hay enfermas en mi matrimonio y en mí mismo?
En los demás evangelios, este publicano se llama Leví. Aquí su nombre es Mateo, que significa don de Dios o dado por Dios.
También nuestro esposo en su pecado, es un don de Dios para mí y Dios nos lo ha dado para ayudarle a sanarle en lugar de juzgarle y rechazarle. O ¿Acaso soy tan ingenuo de creerme sano y merecer un esposo sano? La tarea está por realizar: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» Los dos lo somos, Señor ten piedad.
El día de nuestra boda, nos prometimos entregarnos el uno al otro y acogernos en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida, hasta que la muerte nos separe. Cumplir nuestra promesa es haber entendido nuestra misión de esposos que también nos entregamos y acogemos lo que está enfermo. Y de nosotros depende contar con la gracia de nuestro Sacramento Conyugal, al cumplir nuestra promesa, de amar como ama Cristo, en el mal, y que Él se haga presente en nuestro matrimonio.
Hoy no hay una historia, sino nuestra propia historia. Vamos a hacer un examen de conciencia a la luz de este Evangelio, para ver si estoy siendo un esposo cristiano que sigue a Jesús, en cada una de las actitudes que Él hoy nos enseña:
– ¿Acojo a mi esposo en la lepra del corazón que es el orgullo? Y si me ofende o desprecia ¿Le devuelvo el mal y me defiendo? O me hago vulnerable y le doy paso a Jesús para que Él lo sane.
– ¿Me pongo al servicio de Dios, dando cariño cuando mi esposo está enfermo? ¿O pienso en mí y mi egoísmo me impide comprenderle?
– Cuando mi esposo está como endemoniado, por la ira o malos pensamientos ¿cuál es mi actitud? ¿El enfado, huir… O le intento animar y consolar?
– Cuando mi esposo está paralizado y no se comunica conmigo, ni tiene ningún tipo de iniciativa… ¿Me acerco con amor a preguntarle cómo puedo ayudarle o me quejo y también me distancio?
– Si mi esposo está absorbido por las cosas de este mundo ¿Rezo y ayuno con fe por él y le atraigo con amor, humildad y astucia hacia la belleza de lo eterno?
Hoy Jesús quiere esposos que sigan al Esposo ¿a caso no dio ejemplo? No podemos decir que no sabemos, ni que no podemos
El nos enseñó, El se entregó para hacerlo posible. Solo tengo que creérmelo, esforzarme y contar con Él. Romper también hoy con todo lo que excluye, distancia y divide, en mi matrimonio.
Para Jesús la misericordia es más importante que la pureza legal. No vale con ir mucho a Misa, rezar… y luego no tener misericordia. Para Dios la misericordia vale más que todos los sacrificios (Os 6,6; Is 1,10-17). Dios tiene entrañas de misericordia, y se conmueve ante nuestras faltas (Os 11,8-9).
Madre,
Dame tus entrañas de misericordia para con mi esposo e hijos, como vosotros la tenéis conmigo, que soy pecador. Quiero vivir en el Amor y la Verdad. Ayúdame a vivir el evangelio y sana lo que tengo enfermo que me impide ser misericordioso. Ayúdame Madre a seguir a Jesús, a cumplir mi misión. Estoy muy lejos de amar de verdad, pero dile al Padre y a Jesús que los quiero, que seguiré luchando, y pídele al Espíritu Santo que no me abandone. Por todas las veces que no lo he hecho bien, te ofrezco mi corazón contrito y humillado. Gracias por acogerme en mi pecado.