Catapultados hasta lo inimaginable.
Muchas veces nos preguntan cómo hacemos para rezar juntos. Dios ha querido darnos la inmensa gracia de experimentar la fuerza de la oración en el matrimonio.
Jesús dice “Cuando dos o más se reúnan en mi nombre”, y tiene su razón de ser. Somos seres humanos, de carne, y nuestra presencia es importante. Nos afecta. Necesitamos reunirnos.
Hay que hacer notar que Cristo ora “en presencia” de sus discípulos. Esta presencia, hace que Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, proclame quién es Jesús. Alcance a conocer Su identidad. El padre le revela a Pedro quién es el Hijo, el Hijo le revela a los discípulos su locura de Amor hasta el extremo en la cruz para darnos la vida. Él hará posible llevarnos al principio, al matrimonio como Dios lo creo. De este encuentro con Cristo en la oración se abre el camino hasta la plenitud de la santidad. Y por el camino nos va dando Sus gracias: Su mirada hacia mi esposo/a, su sencillez, su paz…
El mero hecho de reunirnos en su nombre, hace que el Espíritu actúe en nosotros y nos vaya moldeando, Cristificando. Nos vaya haciendo uno. No es lo mismo que los esposos recemos por separado, que lo hagamos juntos, que hablemos con Él en presencia el uno del otro. Compartir la oración es necesario, por la riqueza que nos aportamos mutuamente y porque, como siempre decimos, a los esposos Dios nos transmite sus gracias a través del esposo/a. Tampoco es lo mismo ir a la Eucaristía juntos en familia que ir cada uno por su lado. No es lo mismo reunirnos en su nombre que ir a verle en solitario. Igualmente, un rato de oración familiar une la familia de una forma tan inexplicable como sorprendente. Al menos, es nuestra experiencia, y San Juan Pablo II decía que se hace teología con la experiencia.
Hoy no nos preguntamos quién es Jesús, ya lo dice Pedro, pero sí cómo afecta en nuestra vida si nos reunimos en su nombre. Jesús eleva todo lo humano a una nueva dignidad que la mente del hombre es incapaz de abarcar. Jesús lleva toda la creación del Padre a la plenitud. Un ejemplo muy gráfico es María de Nazaret: Una mujer buena y sencilla, la convierte en la Virgen Santísima, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Reina de Universo… Él la eleva a tal categoría.
Podemos así hacernos una idea de cómo Jesús lleva todo a la plenitud:
– El trabajo, del que Él participó, pasa a ser un medio de santificación, y se trabaja con otro entusiasmo, la verdad.
– El sufrimiento también es medio de santificación, y Cristo lo convierte además en un medio de colaborar con Él en la redención propia, de los que nos rodean y del mundo.
– Cada cristiano es transformado por Él en templo de Espíritu Santo y está llamado a ser hijo de Dios, su heredero, para toda la eternidad.
– El pueblo de Dios ha pasado a ser el Cuerpo Místico de Cristo, regado por Su Sangre, forma parte de Él mismo como Esposa.
– Nuestro matrimonio ahora es sagrado, es camino de santidad, nos amamos con Su amor y vivimos un anticipo del Reino de Dios en la tierra.
– No tenemos sólo hijos, sino co-creamos nuevos hijos de Dios, hermanos nuestros. Da escalofríos de pensarlo.
– Las relaciones humanas imperfectas e imposibles, se purifican porque nuestros pecados se borran con la confesión. Entre nosotros tenemos capacidad para perdonarnos unos a otros por su Pasión y se hace posible una verdadera comunión.
– Todo, todo cambia. A todo afecta. Podemos ver a Dios en todo y en todos.
Cristo lo hace todo nuevo. Todo lo lleva a la plenitud. Todo lo eleva, lo dota de una nueva dignidad, a todo le da una nueva vida que no se agota. Sacia al hombre y lo desborda con su grandeza.
Esposos, reunámonos en su presencia, para que el Espíritu actúe y lo haga todo nuevo en nosotros, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, trabajo…nos lleve al Principio a través de la oración.
Oramos con el Salmo: Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?; ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?. Bendito el Señor, mi Roca.