EVANGELIO
El que viene detrás de mi
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 19-28
Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
Él dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Palabra del Señor.
Aborreció el ser amado en lugar de él.
(Nota: Se hace uso genérico del masculino para designar la clase sin distinción de sexos.)
Dice San Agustín, comentando este Evangelio, que hubo muchos profetas antes de Juan, pero de ninguno se pudo decir que “Entre los nacidos de mujer no ha habido ninguno más grande que Juan el Bautista (Mt 11, 11). Juan era tan grande que fue confundido con el Mesías. Él no se había declarado el Mesías, pero le hubiera bastado con confirmar el error para ser considerado como tal.
Y acaba San Agustín esta parte de su comentario con la siguiente frase, que es para enmarcarla: “Para ser amado en él, aborreció el ser amado en lugar de él…”
Qué importante esto, porque muchas veces puedo pretender ser ejemplo ante los demás y que me sigan. Como dice Agustín hablando del Bautista: “Pero él, amigo humilde del esposo, lleno de celo por él, sin usurpar adúlteramente la condición de esposo, da testimonio a favor del amigo y confía la esposa al auténtico esposo”.
En aquella época, el acto de desatar las sandalias sólo lo realizaban los esclavos y las esposas. De ahí que Juan se refiriese a él mismo como indigno de desatarle las sandalias, puesto que Aquel al que se refería era el auténtico Esposo.
En este pasaje, una vez más, aparece Cristo como el Esposo. Y nos vamos a quedar con esa frase de San Agustín: “Para ser amado en él, aborreció el ser amado en lugar de él…” y la voy a aplicar también a mi matrimonio.
Para ser amado en mi esposo, aborrecí el ser amado en lugar de él/ella. ¡Qué frase! Qué gran slogan para ser un buen esposo. Qué maravilla de ejemplo recibimos los esposos de Juan en esta actitud de humildad y amor. Tenemos la mala costumbre de intentar “arañarnos amor” el uno al otro, reclamándonos, exigiéndonos mutuamente ser tratados con más ternura, con un amor más sincero.
Pero hoy Madre, hemos aprendido de Juan esta nueva actitud, de aborrecer el ser amado, en lugar de mi esposo, para ser amado en él/ella. Normalmente quiero ser yo el amado y así no funciona el amor. Mi misión es que sea amado mi esposo y es en ese camino donde descubriré el amor de Cristo y seré amado también en Él. Alabado sea el Señor por esta nueva luz que nos muestra. Bendito sea. Amén.