Las batallas de tu casa.
Cuando no reina el Señor en nuestro matrimonio y en nuestra familia, si no que reinamos nosotros mismos, vienen los conflictos. Queremos tener razón, imponer nuestros criterios y entonces los enemigos de cada uno son los de su propia casa: El esposo de la esposa, el hermano del hermano, el hijo del padre y padre del hijo… Cristo ha venido a enfrentarnos contra todo aquello que no es amor para que dirijamos nuestra mirada y corazón al Amor.
Pero cuando reinas Tú, Señor, y todos perdemos nuestra vida: egoísmos, intereses propios, nuestras humanas razones… Por amar como Tú a mi esposo, cuando rezamos juntos, permanecemos unidos por Tu Espíritu y entonces en nuestra familia reina Tu Paz. Iluminas a cada uno para que sepa qué Cruz debe coger para amar. Quizás es la cruz de desprenderme de mi egoísmo o pereza, de mis razones que se imponen al amor… Cruz desde donde Cristo nos redime y nacen los sacramentos como remedio ante nuestro pecado.
Así dice San Buenaventura, hay una medicina para cada mal que procede de la culpa:
Contra el pecado original – el Bautismo
Contra el mortal – la Confesión
Cura el pecado venial – la Unción de enfermos
Sana la ignorancia – el orden sacerdotal
Contra la debilidad – La Confirmación
Acaba con la Malicia – La Eucaristía
Contra la concupiscencia – el matrimonio (sana al hombre de la ignorancia al instruirle sobre su fin último)
La concupiscencia, ese desorden introducido por el pecado, reduciendo la mirada al círculo cerrado del que consiste en la incapacidad para entender el lenguaje del cuerpo, para leer y escribir en la carne el amor a Dios y a los hombres. La concupiscencia nos hace sordos a la llamada del amor. Nos presenta el cuerpo como lugar de placer o de dominio despótico sobre el otro. El remedio es un proceso de sanación. El sacramento del matrimonio introduce a los esposos en este proceso que ayuda a reintegrar todos los impulsos y deseos desordenados. San Juan Pablo II hablaba de una mutua educación entre el hombre y la mujer. En esta educación entra la totalidad de la persona y su vocación al amor.
La herida de la concupiscencia no es solo un desorden individual. Se expande más allá del sujeto, al afectar a la unión conyugal, se transmite a los demás donde el amor de Dios está llamado a brillar originalmente. Por eso la gracia del matrimonio en cuanto remedio, no es sólo individual ni tampoco se entrega a los esposos solos, sino que irradia desde hombre y mujer a toda la familia de generación en generación, ordenándose como decía Sto. Tomás de Aquino, a purificar la naturaleza. Esto nos lleva a padecer la dureza de la espada que supone la purificación. El matrimonio que recibe al Señor y en su Santo Nombre, acoge un tesoro para toda la familia de generación en generación y como sanación de la anterior.
Señor yo recibo a mi esposo/a en lo que me dice, me corrige… porque sé que en su corazón reinas Tú. Quiere lo que Tú quieres y por eso te recibo a Ti y de él/ella recibo Tu Amor y gracia de nuestro sacramento conyugal.
Lo recibo por Ti, le obedezco por Ti, porque estás en él/ella, pues si no, sería idolatría, de la espada a la paz, de la Cruz a la Vida
¿Qué situación hay en tu matrimonio o en tu familia, que os tiene enfrentados? Ahí es justo donde hoy Cristo llama a tu puerta para que le recibáis y edifiquéis. Te espera en tu corazón en la cita con el Amor, te espera en los sacramentos.