EVANGELIO
¿Qué podrá dar un hombre para recobrar su alma?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 16, 24-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».
Palabra del Señor.
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Los tres requisitos.
Jesús nos habla de tres condiciones necesarias para ser discípulos Suyos: Renunciar a mí mismo, tomar mi cruz y seguirle.
Renunciar a mí mismo, supone luchar contra mis apetitos desordenados que impiden al Espíritu Santo actuar en mí. Tomar mi cruz es estar dispuesto a cargar con los pecados del otro. Y seguirle es trabajar por y para su salvación. Contemplamos cómo un Dios se hace carne, limitándose a sí mismo infinitamente. Vive más de 30 años encorsetado en un cuerpo limitado, que sufre como consecuencia del pecado, que se cansa… y lo hace por ti y por mí. ¡Cuánto me ama! Participar de Su misión como discípulo, es lo más grande que hay.
Aterrizado a la vida matrimonial:
Ramón: Estamos aquí, pasando el veranito con un estrés… Chiringuito, cervecita… Los niños en la piscina, que parece que no hay niños. Lo que daríamos por estar así toda la vida, ¿Verdad Sonia?.
Sonia: Ramón, piénsalo bien. Este plan unos días, para descansar y coger fuerzas, vale. Pero toda la vida, dedicados a la complacencia… Nos convertiríamos en unos egoístas empedernidos, nuestra vida perdería todo su sentido. No creceríamos, no construiríamos.
Ramón: Es cierto. Lo decía por decir. Doy gracias a Dios por este descanso, pero también le doy gracias por nuestra vida del día a día, con todas sus dificultades. Ahí es donde nos hacemos más generosos, más humildes, más serviciales, más comprensivos… Es en nuestras propias limitaciones y en las de los demás, trabajando para el Señor en nuestra familia, donde Él nos hace purificarnos y crecer.
Sonia: Alabado sea el Señor, que comparte Su Cruz con nosotros.
Ramón: Alabado sea. Por cierto, Sonia, ¿Te he dicho cuánto te amo?
Sonia: Noooo. Hace mucho que no me lo dices.
Ramón: Te quiero pa reventar.
Sonia: Anda tonto, dame un beso.
Madre,
Doy gracias a Dios porque me ha llamado para ser discípulo Suyo. Es tan grande Su misión… Es increíble que quiera compartirla con nosotros. Ayudarle a salvar a otros, empezando por mi esposo. No hay nada más valioso. No hay nada más gratificante. Alabado sea el Señor que cuenta conmigo. Amén.