Para que el esposo mejore.
Jesús no dice que debamos estar ciegos y no percibir nada, tampoco que miremos para otro lado, ni siquiera es una llamada a una aceptación universal de cualquier estilo de vida o enseñanza… Jesús nos manda conocer al otro por los frutos de su vida y algún tipo de evaluación es necesaria para poder hacer eso.
Estamos llamados a un amor incondicional, pero no es un llamado a una aprobación incondicional. Nosotros podemos y debemos amar a nuestro esposo cuando hace cosas que debemos no aprobar.
Por otra parte, debemos estar atentos, porque el Diablo, envidioso de vuestro bien, nos asaltará por todos los medios posibles. Con tal de impedir nuestra santidad (de ser uno), te dirá: que tu esposo no tiene arreglo, que tus esfuerzos son inútiles; te envanecerá para que te creas mejor que él/ella; te provocará repugnancia para dividiros y que el otro se aleje aún más mintiendo y agravando su pecado; te infundirá miedo, trabajando con saña para quitarte la paz y la confianza en Dios…
El Diablo intentará que vuestras almas no se abran a la luz y procurará, ante el mal del esposo, arrastrarte también a ti a pecar. Te incitará al prejuicio, a una crítica injusta, capciosa.
Por esto Jesús decía: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Juan 7:24). Y Pablo escribió: «¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?» (1 Corintios 6:2,3).
Jesús quiere que, antes de ayudar a nuestro esposo corrigiéndolo, debemos corregirnos nosotros mismos y llenarnos de Dios (En la oración, Sacramentos…), para así poder corregir a nuestro esposo según el Juicio de Dios y no el nuestro.
Amor no es dejar al otro en su error. Amor es ayudarlo a enderezarse. «Porque el Señor al que ama, disciplina» (Hebreos 12:6).
Jesús quiere que seamos perfectos como nuestro Padre lo es, pero la perfección no está en la cosa, sino en la perfección con la que se hace y eso permite construir, ayudar, ver cómo está presente Dios y estar en lo que se hace porque está Dios.
Pues si nos creemos perfectos y somos perfeccionistas con nuestro esposo, nos produce y le producimos agobios…. enormes. Como le dijo a los fariseos: “Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas.” (Mt 23,4)
El Amor no busca que las cosas queden bien, sino saber quiénes somos. En cierta ocasión, Mons. Munilla, en Radio María, decía: El que quiera cambiar a la Iglesia, que antes sea santo. No nos equivocamos mucho si aplicamos esta misma frase a la Iglesia Doméstica (nuestra familia). Quien quiera cambiar al esposo, que sea santo.
Escucha alma querida en cuanto sientas la moción de la gracia y antes de que sea más fuerte que la lucha, acude al Corazón Misericordioso de Jesús, pídele que vierta una gota de su Sangre sobre vuestras almas y vuestra unión, y no temas. Dale la mejor victoria a Jesús en tu tribulación, en la prueba del amor: Ten confianza en Él y cree que nunca llegarán a ser mayores los pecados, torpezas, limitaciones, debilidades… que la Misericordia de Dios, pues es infinita.