El Magnificat en el matrimonio. Comentario para Matrimonios: San Lucas 1, 45-56

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Evangelio del día

 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 46-56

En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a “nuestros padres” – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

El Magnificat en el matrimonio

En el canto de María resuena la voz de todo amor verdadero que se sabe recibido. Para los esposos, el Magníficat nos recuerda que el matrimonio no nace de la autosuficiencia, sino de la humildad compartida: dos esposos que reconocen que su historia es muy grande porque Dios la habita.
«Proclama mi alma la grandeza del Señor»: tenemos un sacramento y Dios está presente en nuestro matrimonio. Que cada detalle hacia nuestro esposo, sea en respuesta al Amor que Él nos tiene. Preguntémonos en los detalles diarios: ¿esto glorifica al Señor o estoy poniendo la lógica humana de responder al amor limitado de mi esposo?
«Ha mirado la humillación de su esclava»: el amor conyugal auténtico no niega la fragilidad, la acoge. Dios mira con predilección a los esposos que no se esconden tras el orgullo, sino que se presentan tal como son, necesitados el uno del otro y de su gracia. Allí donde hay vulnerabilidad compartida, hay terreno fértil para la misericordia De Dios.
«Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes»: Dios desarma las luchas de poder. En el matrimonio no hay tronos que defender ni victorias que conquistar, sino un aprendizaje constante de ceder, servir y levantar al otro. El amor crece cuando nadie quiere imponerse y ambos desean que el otro florezca en el Espíritu.
«A los hambrientos los colma de bienes»: los esposos tenemos hambre —de afecto, de comprensión, de sentido—. Busquemos saciarnos de Dios y entregar esos bienes al “hambriento” de mi esposo.

Aterrizado a la vida Matrimonial:

José: Por fin me he dado cuenta que nuestro matrimonio se sostiene más por la Gracia que por nuestra fuerza.
Ana: Yo también. Cuando me siento pequeña o cansada, no sé de dónde me sale el mirarte bien y no mirar tus límites. Antes solo veía límites pero ahora veo al Cristo necesitado en ti y solo me sale alabarLe y servirLe.
José: ¿Eso significa que ya no mandas tú en esta casa?
Ana: qué gracioso eres. Eso significa que ahora procuro que no sea Ana o José el que manda en nuestra casa, sino que sea Dios y por eso busco Su voluntad y no la nuestra.
José: Tienes razon, a veces siento que luchamos por pequeños “tronos”: tener la razón, decidir, no ceder.Y sin darnos cuenta, eso nos aleja. El Evangelio siempre nos vuelve a lo mismo: bajar, servir, ceder, escuchar.
Ana: Sí, y a veces ante tu pecado, Dios me pide quedarme como María confiando en que Dios tiene Su plan y obra siempre, aunque no Le entendamos.
José: Bienaventurada seas. Entonces, ¿quién friega hoy?
Ana: El hambriento que será colmado de bienes. Así que te toca a ti.
José: Ja ja ja. Ahí me has pillado porque tengo mucha hambre

Madre,

a las puertas del nacimiento de tu Hijo, te pedimos que nos ayudes a imitarte proclamando Su grandeza y reconociendo nuestra nada. Alabado sea por siempre Nuestro Dios.

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