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Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Autolamento vs. Eucaristía.
Hay dos tipos de sufrimiento y una contraposición entre ambos. Uno es el dolor por amor propio y el otro es el dolor por amor de Caridad. De manera natural vivo el dolor que me causan los que me ofenden, los que me desprecian o los que no me valoran. Ese no es el dolor sobrenatural de la Cruz de Cristo. Más bien es un sufrimiento egoísta que ahoga el alma, que endurece el corazón. En cambio el dolor de caridad es un sufrimiento por amor al que necesita ser rescatado. Este dolor es corredentor.
También hay otro dolor de autolamentación que se origina a causa de la falta de aceptación de mis propias miserias y, en contraposición hay otro que es el dolor de corazón, que es un dolor por amor, en el que no miro hacia dentro, sino el dolor por no haber entregado a otros el amor que he recibido. El primero es el dolor de Judas Iscariote y el segundo es el dolor de Pedro (Cefas).
El dolor de Cristo es el dolor por ver lo que se están perdiendo por no acogerle y no acoger el reino de Dios. Es un dolor por caridad, y la reacción ante ese dolor, obviamente, nunca es el reproche o la recriminación. La reacción siempre es la Eucaristía, la propia entrega por caridad, en sacrificio, por la salvación de los pobres pecadores, porque no saben lo que hacen. Hagamos eso en memoria Suya.
Aterrizado a la vida Matrimonial:
Valentina: (En la oración conyugal) Señor, perdóname, porque llevo tanto tiempo autolamentándome y sintiéndome víctima por el daño que me causaba mi esposo Jose, que no he sabido vivir el sufrimiento por amor a él, ese que es realmente corredentor porque en él me uno a Ti y colaboro en Tu redención.
Jose: Señor, te estoy tan agradecido por el don de Vale. Te pido perdón y le pido perdón a ella porque he estado más centrado en no aceptar mis propias miserias y revelarme contra ellas que en darle a mi esposa el amor que Tú me entregas para que se lo administre en Tu nombre.
Valentina: Pero ahora Señor, miro a mi esposo y lo veo tan bonito, me enternece tanto verle luchando en sus dificultades, que he decidido dedicar mi vida a entregarla por él sin volver a lamentarme de mi dolor, sino entregarme como merece, por su salvación.
Jose: Pero ahora, Señor, me has hecho ver el valor de Vale y he decicido entregar mi vida por su santificación para que llegue a ti, humillándome y haciéndome pequeño para ser ese escalón sobre el que ella se puede apoyar para acercarse a ti.
Madre,
Que vivamos con Cristo el dolor por amor, el que puede ser ofrenda agradable a Dios en Cristo. Con Cristo por Él y en Él, a ti Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, toda la gloria.