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Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1a. 2-8
El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Corazón enamorado.
Aún en medio de la oscuridad, María Magdalena corre. Corre porque su corazón arde de amor, de fe y de un profundo deseo de encontrarse con el Esposo, reconociendo que el encuentro con Cristo es lo más importante, lo que da sentido y plenitud a su vida. No se deja detener por la confusión, el miedo o la incertidumbre; su impulso nace del amor que todo lo espera y todo lo sostiene. Cada uno de sus pasos nos recuerda que el amor verdadero entre los esposos exige decisión, entrega y perseverancia, no esperar condiciones perfectas para darse el encuentro, sino que, a pesar de la oscuridad, de los momentos de pruebas, de incomprensiones, de traiciones, de silencios entre nosotros los esposos debemos confiar. Como Maria Magdalena corrió hacia el sepulcro, también nosotros estamos llamados a correr hacia nuestro esposo y juntos hacia Cristo, conscientes de que Él renueva nuestra vida. Al llegar al sepulcro y encontrar los lienzos vacíos, María Magdalena alcanza su meta: el encuentro con Cristo resucitado. Qué bonito para nosotros esposos ver que cuando entregamos nuestro corazón con generosidad y fidelidad, el amor se renueva, trae alegría y transforma la vida cotidiana en una experiencia de gracia.
Aterrizado a la vida Matrimonial:
Maite: Jorge, la verdad que estos días de Navidad han sido de una tensión tremenda. Cuánto me cuesta acoger a tu madre cuando me está corrigiendo porque la comida no está hecha a su gusto, porque los niños no los estamos educando bien… de verdad que no la soporto y encima tú te callas y eso es lo que todavía me crispa más.
Jorge: Maite, veo que tú te llenas de rabia y provocas momentos muy incomodos, tu cara es un poema y la tensión que creas es tremenda.
Maite: ¿Anda, quieres decir que las situaciones incomodas las genero yo? Mira Jorge, si tu madre estuviera más calladita y fuera más agradecida con lo que hago por ellos seguro que esas situaciones tan incomodas no se darían y el ambiente sería más agradable.
Jorge: Maite, tienes razón que mi madre no es muy acertada en sus comentarios, pero si algo estamos aprendiendo en este camino es que nos tenemos que entregar, ahí es donde el Señor nos está pidiendo que demos más amor, abracemos esos momentos de dificultad y amemos y conseguiremos que nuestro hogar sea un reflejo de alegría del nacimiento del Niño Dios.
Maite: ¡Jorge, gracias por hacerme ver que en esos momentos de rabia solo me miro a mí… que razón tienes! Solo puedo dar las gracias a Dios por tenerte y por ponerme en verdad y enseñarme que juntos podemos transformar cada dificultad en una oportunidad para amar de verdad.
Jorge: Que bonita eres Maite, me encanta como juntos podemos ayudarnos a que nuestra vida cotidiana se llene de gracia y alegría.
Maite: Jorge, el día de Año Nuevo te prometo que me voy a entregar y amar de verdad a tus padres y si ves que mi cara no transmite alegría recuérdamelo con cariño.
Jorge: Así lo haré mi amor.
Madre,
Enséñanos a descansar en nuestras dificultades en el costado de tu Hijo y confiar en Él como lo hizo San Juan. Bendito y alabado seas por siempre Señor

