Tremendo contraste. Comentario para Matrimonios: Mateo 25, 1-13

EVANGELIO

¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron a encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes.
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz:
“¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas:
“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Pero las prudentes contestaron:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo:
“Señor, señor, ábrenos”.
Pero él respondió:
“En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

Palabra del Señor.

Aviso:

  • Retiro en Navarra: Del 04 al 06 de Septiembre. COMPLETO
  • Peregrinación a Fátima: Del 04 al 06 de Septiembre para matrimonios y familias. Información aquí: http://wp.me/p6AdRz-2lT
  • Retiro en Salamanca: Del 11 al 13 de Septiembre. COMPLETO

Tremendo contraste.

La prudencia regula todo el resto de virtudes. A veces invita a frenar y a veces empuja a actuar. Es la madre de todas las virtudes porque está iluminada por la Sabiduría divina. Hay un contraste tremendo entre la sabiduría de los hombres y la Sabiduría divina, de manera que ésta, resulta necedad para los hombres, cuando la realidad es que la sabiduría de los hombres es necedad para Dios: «La sabiduría del hombre rehúsa ver en la propia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero San Pablo no duda en afirmar: “pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 10). El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera “locura” y “escándalo”» (San Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 23.)

Aterrizado a la vida matrimonial:

Jaime: Por favor, dejadme ya. Tengo 20 años, ya no soy un niño. Es mi novia, y nos queremos. Punto.
Rafael (Padre de Jaime): Jaime hijo. Tienes mucho que aprender todavía. El noviazgo es una etapa muy seria. No es para que estéis todo el día por ahí de juerga. No digo que no sea lícito que lo paséis bien, pero sobre todo, tenéis que prepararos para algo grande, que es el matrimonio. Tenéis que aprender a renunciar, a conteneros, a estar unidos en las dificultades, etc. Y todo eso os lo enseña Cristo y nos lo enseña la Iglesia. Si no aprendéis, llegarán los malos momentos y no sabréis salir adelante.
(15 años más tarde)
Jaime: Marisa y yo estamos mal. Hace tiempo que ni siquiera intimamos. No sé qué nos ha pasado, con todo lo que nos queríamos…
Rafael: Hijo mío, cuánto lo siento. Pero no te preocupes, esto tiene remedio. Es cuestión de que empecéis a construir las bases que no construisteis antes. ¿Quieres aprender?
Jaime: Yo sí. Ya he escarmentado. Le preguntaré a Marisa…
Marisa: Sí, Jaime. Lo estoy pasando realmente mal. No estamos unidos y no sé cómo arreglarlo.
Jaime: Pero hay que poner a Dios en nuestro matrimonio. ¿Estás dispuesta?
Marisa: Ya me agarro a lo que sea.
Rafael: Bendito sea Dios. Aprended sobre el matrimonio, que no sabemos amar. Ya veréis cuántas sorpresas os lleváis.
(Jaime y Marisa empezaron un itinerario de aprendizaje, y poco a poco, se les iba iluminando el camino, y su esperanza en su matrimonio iba creciendo, y su amor, también).

Madre,

Qué poco nos ocupamos de nuestra vocación. Y luego nos sorprendemos de que las cosas vayan mal, y nos quejamos. La culpa es nuestra, que no nos ocupamos de llenarnos de la Sabiduría de Dios, de Su revelación. Alabado sea el Señor que ha compartido su intimidad con nosotros. Amén.

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