JPII Catequesis 790919 El relato bíblico de la creación del hombre

Proyecto Amor Conyugal

JUAN PABLO II: AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 19 de septiembre de 1979

El relato bíblico de la creación del hombre

Invocamos al Espíritu Santo:

Espíritu santo ven cada día a nuestros corazones, enséñanos y empújanos a practicar este amor según Dios desea, no lo buscamos por egoísmo, sino para alabarle, glorificarle en las dificultades y en lo fácil, alegrías y penas todos los días de nuestra vida y así contribuir con Él en su Reino de Amor, para que se haga realidad en nuestro hogar.

 

INTERPRETACIÓN DE LA CATEQUESIS:

Cristo se refiere al principio, a ese momento del Génesis en que el hombre vivía un estado de santidad por su inocencia, pues no conocía el mal.

La creación se relata como en tres fases. Primero es creado el hombre genérico, y no se habla ni de varón ni de mujer.

Después separa Dios al hombre en dos sexos, varón y mujer. Entonces el hombre y la mujer se ven como “hueso de mis huesos y carne de mi carne” y «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24). Es el momento de la unión de ambos en una sola carne.

Se relata un tercer estado, que es expresamente el de “inocencia originaria” y que se describe cuando dice el Génesis «Estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello»(Gén 2, 25).

Pero el hombre pierde ese estado de santidad cuando, en Génesis 3, se relata la primera caída del hombre y la mujer en el pecado, vinculada al árbol de la ciencia del bien y del mal.

A partir de que el hombre y la mujer pecan, surge en ellos una situación completamente contraria al estado de inocencia anterior. Es el estado de la naturaleza caída. Ambos estados son totalmente contrapuestos y podríamos decir que incompatibles, ya que ¿Cómo se puede recuperar la pureza de la inocencia?

La sorpresa viene cuando Cristo, hablando con los fariseos, les ordena en cierto sentido volver a ese estado de inocencia del principio, cuando no aprueba lo que «por dureza del… corazón» permitió Moisés. Por tanto, ese estado de santidad originaria no ha perdido vigencia. De alguna forma nos da poder para traspasar ese límite que separa esos dos estados tan contrapuestos (de inocencia y de pecado) y volver a vivir el estado original.

 

EL MENSAJE DE ESTA CATEQUESIS PARA EL HOMBRE DE HOY:

Cada vez que pecamos por elección, por dejarnos llevar de una naturaleza débil y poco fortalecida en el Espíritu, cae como un velo oscuro sobre el alma que afecta a nuestra mirada, afectos, estado de ánimo…, a nuestro matrimonio y en definitiva a nuestra vida, generando mal y muerte. Pero Cristo nos exhorta a salir de esto, Él lo hace posible.

La oportunidad que Dios me da para salir de ese estado de tristeza y dolor, es el matrimonio. En nuestra relación tenemos el camino para ir limpiando y purificando nuestra mirada. Es cuando me dejo llevar por mis impulsos (ira, emociones…) ante las dificultades de mi convivencia matrimonial, cuando descubro mi “dependencia” de mis propios gustos y manías que me atan. Tengo la oportunidad de liberarme poco a poco de mis propias tendencias egoístas y cerrazón, si aprendo a amarle. Ahora tiene sentido luchar en mi matrimonio, por ese fin hermoso que Dios busca para mí.

El tema del árbol del conocimiento del bien y del mal es interesante: implica el deseo de decidir por cuenta propia lo que es bueno y lo que es malo, es decir la absoluta «autonomía moral». Frente a ello el matrimonio supone que me dejo enseñar en lo que está bien y mal.

De la humildad, y de hacernos vulnerables surge ese ser “una sola carne” a la que Dios nos ha llamado.

DESARROLLO:

A partir de que el hombre y la mujer pecan, surge en ellos una situación completamente contraria al estado de inocencia anterior. Es el estado de la naturaleza caída. ¿Cómo se puede recuperar la pureza del alma?

Cristo hace posible el estado de santidad y por tanto de felicidad, mas no sin nosotros, nos exhorta a sobrepasar el limite, siendo exigentes con nosotros mismos y esforzándonos en dar muerte a todo lo que nos separa del amor, en nuestro corazón desde nuestra vocación conyugal: Criterios humanos, orgullo, egoísmo… esas costumbres de nuestras familias de origen, para formar una nueva familia. Este nuevo ser nace de la renuncia, de las diferencias que son puntos de unión y crecimiento desde la humildad, dejarse influir, la escucha que lleva a conocernos y conocer la Verdad. Entonces los esposos experimentan en su corazón: Éste sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne.

Es mandato de Dios ser una sola carne para los esposos, un modo de dar muerte al hombre viejo para que por amor, nazca el nuevo. «Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4,24)

Col 3,7 dice: “En las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas”. Esas cosas se refieren a nuestra naturaleza terrenal, en la que andábamos en otro tiempo. Debemos creer que el Señor Jesús realizó toda Su obra en la tierra y fue crucificado por nosotros, y todas las cosas terrenales en las que anduvimos en otro tiempo ya fueron crucificadas con Él. Ahora, debemos acoger esas nuevas actitudes que nos ofrece.

Col. 3,8: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia…”. Dependiendo de nuestra elección, las consecuencias serán unas u otras. Si decidimos abrirnos a la riqueza que nos aporta el matrimonio, a la oportunidad que Dios nos da de salir de mí mismo para preocuparme del otro, podremos acercarnos poco a poco a la superación de ese límite que me separa del estado originario que Dios quiso para mí, donde sólo hay paz, alegría y felicidad.

 

RATO DE ORACION:

Los esposos juntos, recordamos las palabras de Jesús: “DONDE DOS O TRES ESTÁN REUNIDOS EN MI NOMBRE, ALLÍ ESTOY YO EN MEDIO DE ELLOS” (MT 18,20)

Diálogo con Cristo entre los esposos:

Señor, queremos encontrarnos contigo en este momento, esperando tener la docilidad de corazón para no convertir esta oración en un interrogatorio, en exigencias, en quejas o para pedirte lo que creo necesitar. ¡Ven Espíritu Santo muéstrame la verdad, la belleza de tu plan, y de tu voluntad!

Señor, yo (nombre de ella) ¿Acepto hacerme vulnerable en lo más íntimo de mí, para nacer de mi esposo (varón)?.

Señor, yo (nombre de él) ¿Acepto hacerme vulnerable en lo más íntimo de mi, para nacer de mi esposa y ser una sola carne?.

¿Acogemos la oportunidad que das de ser lo que Tú quieres que seamos?  Señor ¿Nos creemos de verdad que Tú lo harás posible?

 

EL CASO:

Ramón se marchó de casa. Nunca se había ido, pero después de 19 años de casados, ya no aguantaba más. Ramón y Paquita tienen mucho carácter, y existe una tensión entre ellos casi insoportable. Ella confiesa que a veces le entran ganas de abrazarse a él, pero tiene tantas malas experiencias a sus espaldas, que en seguida se le quitan las ganas y piensa “anda y que te ondulen”.

Un amigo de Ramón, cuando ya se había marchado de casa le dijo “¿Has hecho todo lo posible?” Ramón contestó que sí, pero luego se quedó pensando, porque en realidad, no lo había intentado todo. Más bien, había luchado bastante poco. Así que finalmente, ambos acuden pidiendo ayuda.

En realidad, no había ocurrido nada especialmente grave entre ambos. Simplemente, existía un ambiente de tensión que constantemente les hacía discutir por cualquier cosa.

Ramón y Paquita nos preguntan si tiene arreglo lo suyo. No tienen ninguna fe en su relación y perciben que hay ya tal lío de dolores y sinsabores que no hay quien lo deslíe. ¿Será posible limpiar todo ese desorden?

 

MIRAMOS NUESTRA VIDA Y DIALOGAMOS ENTRE EL GRUPO:

Las catequesis de hoy, nos abre una ventana de esperanza muy ilusionante. Cristo nos exhorta a vivir de otro modo: Su reino de amor y con esta reunión nos invita a ello, nos dice que es posible.

Sabemos, que cuando hablamos de santidad, hay muchas cosas que nos parecen inalcanzables para nosotros. Pero a la luz de la catequesis de hoy:

¿Qué es lo que nos dificulta o imposibilita, vivir una unión para la que hemos sido creados y por el que Cristo dio su vida? Ponerle nombre a esos pecados, especialmente mirar el espanto del rostro de la dureza de corazón ¿Por qué este es tan infecundo y destructivo para los esposos, cuáles son sus consecuencias?
¿Qué nos ayuda a esforzarnos por darle muerte al hombre viejo?
Recordemos unas palabras de santa Teresa de Jesús:

El hombre no deja las cosas porque sí, sino porque encuentra un tesoro mejor.

¿Cuál es tu tesoro?  Final del formulario

 

PROPÓSITO PERSONAL Y CONYUGAL:

Sugerencia:

Renunciar a algo que sé que le hiere o molesta a mi esposo por amor a Dios o a él/ella e intentar hacer algo que sé que le agrada. (si no lo tienes claro, sugerimos que se lo preguntes abiertamente ¿Qué puedo hacer para hacerte feliz?

Poniendo aquí todo esfuerzo personal.

 

 

Copia íntegra de la catequesis de JPII:

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de septiembre de 1979

El relato bíblico de la creación del hombre

  1. Respecto a las palabras de Cristo sobre el tema del matrimonio en las que se remite al «principio», dirigimos nuestra atención, hace una semana, al primer relato de la creación del hombre en el libro del Génesis (cap. 1). Hoy pasaremos al segundo relato que, frecuentemente es conocido por «yahvista», ya que en él a Dios se le llama «Yahvé».

El segundo relato de la creación del hombre (vinculado a la presentación tanto de la inocencia y felicidad originales, como a la primera caída) tiene un carácter diverso por su naturaleza. Aún no queriendo anticipar los detalles de esta narración —porque nos convendrá retornar a ellos en análisis ulteriores— debemos constatar que todo el texto, al formular la verdad sobre el hombre, nos sorprende con su profundidad típica, distinta de la del primer capítulo del Génesis. Se puede decir que es una profundidad de naturaleza sobre todo subjetiva y, por lo tanto, en cierto sentido, sicológica. El capítulo 2 del Génesis constituye, en cierto modo, la más antigua descripción registrada de la autocomprensión del hombre y, junto con el capítulo 3, es el primer testimonio de la conciencia humana. Con una reflexión profunda sobre este texto a través de toda la forma arcaica de la narración, que manifiesta su primitivo carácter mítico [1] ([*]) encontramos allí «in núcleo» casi todos los elementos del análisis del hombre, a los que es tan sensible la antropología filosófica moderna y sobre todo la contemporánea. Se podría decir que el Génesis 2 presenta la creación del hombre especialmente en el aspecto de la subjetividad. Confrontando a la vez ambos relatos, llegamos a la convicción de que esta subjetividad corresponde a la realidad objetiva del hombre creado «a imagen de Dios». E incluso este hecho es —de otro modo— importante para la teología del cuerpo, como veremos en los análisis siguientes.

  1. Es significativo que Cristo, en su respuesta a los fariseos, en la que se remite al «principio», indica ante todo la creación del hombre con referencia al Génesis 1, 27: «El Creador al principio los creó varón y mujer»; sólo a continuación cita el texto del Génesis 2, 24. Las palabras que describen directamente la unidad e indisolubilidad del matrimonio, se encuentran en el contexto inmediato del segundo relato de la creación, cuyo rasgo característico es la creación por separado de la mujer (cf. Gén 2, 18-23), mientras que el relato de la creación del primer hombre (varón) se halla en Gén 2, 5-7. A este primer ser humano la Biblia lo llama «hombre» (‘adam, mientras que, por el contrario, desde el momento de la creación de la primera mujer comienza a llamarlo «varón», ‘is’ en relación a ‘issâh («mujer», porque está sacada del varón = ‘is) [2]. Y es también significativo que, refiriéndose al Gén 2, 24, Cristo no sólo une el «principio» con el misterio de la creación, sino también nos lleva, por decirlo así, al límite de la primitiva inocencia del hombre y del pecado original. La segunda descripción de la creación del hombre ha quedado fijada en el libro del Génesis precisamente en este contexto. Allí leemos ante todo: «De la costilla que del hombre tomara, formó Yahvé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: ‘Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada'» (Gén 2, 22-23). «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24).

«Estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello»(Gén 2, 25).

  1. A continuación, inmediatamente después de estos versículos, comienza el Génesis 3 la narración de la primera caída del hombre y de la mujer, vinculada al árbol misterioso, que ya antes había sido llamado «árbol de la ciencia del bien y del mal» (Gén 2, 17). Con esto surge una situación completamente nueva, esencialmente distinta de la precedente. El árbol de la ciencia del bien y del mal es una línea divisoria entre dos situaciones originarias, de las que habla el libro del Génesis. La primera situación es la de la inocencia original, en la que el hombre (varón y hembra) se encuentran casi fuera del conocimiento del bien y del mal, hasta que no quebranta la prohibición del Creador y no come del fruto del árbol de la ciencia. La segunda situación, en cambio, es esa en la que el hombre, después de haber quebrantado el mandamiento del Creador por sugestión del espíritu maligno simbolizado en la serpiente, se halla, en cierto modo, dentro del conocimiento del bien y del mal. Esta segunda situación determina el estado pecaminoso del hombre, contrapuesto al estado de inocencia primitiva.

Aunque el texto yahvista sea muy conciso en su conjunto, basta sin embargo diferenciar y contraponer con claridad esas dos situaciones originarias. Hablamos aquí de situaciones, teniendo ante los ojos el relato que es una descripción de acontecimientos. No obstante, a través de esta descripción y de todos sus pormenores, surge la diferencia esencial entre el estado pecaminoso del hombre y el de su inocencia original [3]. La teología sistemática entreverá en estas dos situaciones antitéticas dos estados diversos de la naturaleza humana: status naturae integrae (estado de naturaleza íntegra) y status naturae lapsae (estado de naturaleza caída). Todo esto brota de ese texto «yahvista» del Gén 2 y 3, que encierra en sí la palabra más antigua de la revelación, y evidentemente tiene un significado fundamental para la teología del hombre y para la teología del cuerpo.

  1. Cuando Cristo, refiriéndose al «principio», lleva a sus interlocutores a las palabras del Gén 2, 24, les ordena, en cierto sentido, sobrepasar el límite que, en el texto yahvista del Génesis, hay entre la primera y la segunda situación del hombre. No aprueba lo que «por dureza del… corazón» permitió Moisés, y se remite a las palabras de la primera disposición divina, que en este texto está expresamente ligada al estado de inocencia original del hombre. Esto significa que esta disposición no ha perdido vigencia, aunque el hombre haya perdido su inocencia primitiva. La respuesta de Cristo es decisiva y sin equívocos. Por eso debemos sacar de ella las conclusiones normativas, que tienen un significado esencial no sólo para la ética, sino sobre todo para la teología del hombre y para la teología del cuerpo, que, como un punto particular de la antropología teológica, se establece sobre el fundamento de la palabra de Dios que se revela. Trataremos de sacar estas conclusiones en el próximo encuentro.

Notas

[1] Si en el lenguaje del racionalismo del siglo XIX el término «mito» indicaba lo que no se contenía en la realidad, el producto de la imaginación (Wundt), o lo que es irracional (Lévy-Bruhl), el siglo XX ha modificado la concepción del mito.

  1. Walk ve en el mito la filosofía natural, primitiva y arreligiosa; R. Otto lo considera instrumento del conocimiento religioso; para C. G. Jung, en cambio, el mito es manifestación de los arquetipos y la expresión del «inconsciente colectivo», símbolo de los procesos interiores.
  2. Eliade descubre en el mito la estructura de la realidad que es inaccesible a la investigación racional y empírica: efectivamente, el mito transforma el suceso en categoría y hace capaz de percibir la realidad transcendente; no es sólo símbolo de los procesos interiores (como afirma Jung), sino un acto autónomo y creativo del espíritu humano, mediante el cual se actúa la revelación (Cfr. Traité d’histoire des religions, París 1949, pág. 363; Images et symboles, París 1952, págs. 199-235).

Según P. Tillich el mito es un símbolo, constituido por los elementos de la realidad para presentar lo absoluto y la transcendencia del ser, a los que tiende el acto religioso.

  1. Schlier subraya que el mito no conoce los hechos históricos y no tiene necesidad de ellos, en cuanto describe lo que es destino cósmico del hombre que es siempre igual.

Finalmente, el mito tiende a conocer lo que es incognoscible.

[*] Según P. Ricoeur: «Le mythe est autre chose qu’une explication du monde, de l’histoire et de la destinée: il exprime, en terme de monde, voire d’outre monde ou de second monde, la compréhension que l’homme prend de lui-même par rapport au fondement et à la limite de son existence. (…) Il exprime dans un langage objectif le sens que l’homme prend de sa dépendance à que l’homme prend de su dépendance à l’egard de cela qui se tient à la limite et à l’origine de son monde». (P. Ricoeur. Le Conflict des interprétations, París [Seuil] 1969, pág. 383).

«Le mythe adamique est par excellence le mythe anthropologique; Adam veut dire Homme; mais tout mythe de Thomme primordial’ n’est pas ‘mythe adamique’, qui… est seul proprement anthropologique; par là trois traits sont désignés:
— le mythe étiologique rapporte l’origine du mal à un ancêtre de l’humanité actuelle dont la condition est homogène à la nôtre (…)
— Le mythe etiologique est la tentative la plus extrême pour dédoubler l’origine du mal et du bien. L’intention de ce mythe est de donner consistance à une origine radicale du mal distincte de l’origine plus originaire de lêtre-bon des choses. (…) Cette distinction du radical et d’originaire est essentielle au caractèer anthropologique du mythe adamique; c’est elle qui fait de l’hommeun commencement du mal au sein d’une création qui a déjà son commencement absolu dans l’acte créateur de Dieu.
— le mythe adamique subordonne à la figure centrale de l’homme primordial d’autres figures qui tendent à décentrer le récit, sans pourtant supprimer le primat de la figure adamique. (…) Le mythe, en nommant Adam, l’homme, explicite l’universalité concrète du mal humain; l’esprit de pénitence se donne dans le mythe adamique le symbole de cette universalité. Nous retrouvons ainsi (…) la fonction universalisante du mythe. Mais en même temps nous retrouvons les deux autres fonctions, également suscitées par l’expérience pénitentielle (…). Le mythe proto-historique servit ansi non seulement à généraliser l’experience d’Israël à l’humité de tous les temps et de tous les lieux, mais à étendre à celle-ci la grande tension de la condamnation et de la miséricorde que les prophètes avaient enseignè à discerner dans le propre destin d’Israël.

Enfin, dernière fonction du mythe, motivée dans la foi d’Israël : le mythe prépare la spéculation en explorant le point de rupture de l’ontoligique et de l’historique». (P. Ricoeur, Finitude et culpabilité: II. Symbolique du mal, París 1960 [Aubier], págs. 218-227).

[2] En cuanto a la etimología, no se excluye que el término hebreo ‘is se derive de una raíz que significa «fuerza» (‘is o también ‘ws); en cambio, ‘iisâ está unido a una serie de términos semíticos, cuyo significado oscila entre «hembra y «mujer».

La etimología propuesta por el texto bíblico es de carácter popular y sirve para subrayar la unidad del origen del hombre y de la mujer: esto parece confirmado por la asonancia de ambas palabras.

[3] «El mismo lenguaje religioso pide la transposición de las «imágenes», o mejor, «modalidades simbólicas» a «modalidades conceptuales» de expresión.

A primera vista esta transposición puede parecer un cambio puramente extrínseco (…). El lenguaje simbólico parece inadecuado para emprender el camino del concepto por un motivo que es peculiar de la cultura occidental. En esta cultura el lenguaje religioso ha estado siempre condicionado por otro lenguaje, el filosófico, que es lenguaje conceptual por excelencia. Si es verdad que un vocabulario religioso es comprendido sólo en una comunidad que lo interpreta y según una tradición de interpretación, sin embargo también es verdad que no existe tradición de interpretación que no esté «mediatizada» por alguna concepción filosófica.

He aquí que la palabra «Dios», que en los textos bíblicos recibe su significado por la convergencia de diversos modos de narración (relatos y profecías, textos de legislación y literatura sapiencial, proverbios e himnos) —vista esta convergencia, tanto como el punto de intersección, como el horizonte que se desvanece en toda y cualquier forma— debió ser absorbida en el espacio conceptual, para ser reinterpretada en los términos del Absoluto filosófico como primer motor, causa primera, Actus Essendi, ser perfecto, etc. Nuestro concepto de Dios pertenece, pues, a una onto-teología, en la que se organiza toda la constelación de las palabras-clave de la semántica teológica, pero en un marco de significados dictados por la metafísica». (Paul Ricoeur, Ermenéutica Bíblica, Brescia 1978, Morcelliana, págs. 140-141; título original: Biblical Hermeneutics. Montana 1975).

La cuestión sobre si la reducción metafísica expresa realmente el contenido que oculta en sí el lenguaje simbólico y metafórico, es un tema aparte.

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