La familia, un hogar para Cristo. Comentario del Evangelio para Matrimonios: Mateo 18, 15-20

La familia, un hogar para Cristo.

Cristo nos invita a recorrer su camino en comunión o en comunidad. El Señor habla de “dos o tres” reunidos en mi nombre o “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra”… No podemos dejar de aplicar las palabras de Jesús a la alianza matrimonial y a la familia. Cristo está en medio del matrimonio y la familia, permanentemente.

Sacamos del libro Llamados al Amor, las siguientes reflexiones sobre la importancia de la familia.

La vida de una sociedad se dirige hacia el bien común. Éste se define no solamente por el servicio que unos realizan para otros, pues podría caerse en una mentalidad utilitarista, se define también por la dignidad de la persona. El bien común es el bien de vivir en comunión porque sólo así se llega a ser persona. Es en relación con otros donde se constituye la propia identidad y se puede encontrar un sentido para el camino de la vida. Esta percepción del bien común ha de ser adquirida desde la experiencia por contagio de unas personas a otras. ¿Dónde se experimenta esto? En la familia.

Primero los esposos: El encuentro entre ambos, supone una experiencia fundamental en su vida. Cuando la persona amada entra en la propia vida, se abre una dimensión insospechada de la existencia. Los amantes descubren entonces su verdadero nombre, y su vida se proyecta en un horizonte con sentido. El resultado es una verdadera unidad que hace a cada esposo ser verdaderamente él mismo. Su comunión les hace posible ser felices. Su unión es el mayor tesoro que poseen.

De ese amor surge la familia: La comunión de los esposos se expande en la comunidad de padre, madre e hijo. La familia no está sometida a la forma de cálculo de la sociedad, donde la suma de la productividad de cada uno se contabiliza como la productividad de un país, aunque detrás de este resultado se esconden tremendas desigualdades. La familia no se rige por la suma, sino por el producto, de manera que cualquier cantidad multiplicada por cero da cero. O es un bien común para las dos partes, o no sirve. Tampoco ocurre como en cualquier trabajo, donde se puede sustituir un trabajador por otro que realice las funciones más o menos igual. La familia es la escuela del bien común, donde cada uno es valorado y amado por ser quien es, y no es posible sustituirlo. En este entorno de caridad entre hermanos, se hace posible la corrección fraterna, de igual a igual como hijos de Dios, buscando el bien de la persona que es amada por sí misma. La familia es la escuela del bien común, donde el maestro es el Señor (para no caer en la soberbia) y corregiremos según Su Palabra.

En la familia se crece en amor y libertad. Aprendemos a amar y ser amados, aprendemos que no es cierto que mi libertad empieza donde acaba la tuya, como si nos estorbásemos y tuviésemos que poner un límite entre ambos. Mi libertad empieza donde empieza la tuya. La familia es el ADN de la sociedad, donde están escritos los parámetros básicos para que la sociedad funcione correctamente. Si se manipula este ADN, empiezan las malformaciones.

La familia es un tesoro de Dios, y desde luego que Cristo está presente en el centro. Por eso San Juan Pablo II decía aquella frase famosa “Familia sé lo que eres”. Porque la familia realiza un servicio insustituible a la Sociedad y a la Iglesia. Jesús dijo a sus discípulos “Vosotros sois la luz del mundo”. La luz lleva a cabo su misión simplemente siendo lo que es. La misión de la familia es ser ella misma: San Juan Pablo II la definía como “Íntima comunidad de vida y amor” “la esencia y el cometido de la familia son definidos… por el amor. Por eso la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su Esposa” (Familiaris Consortio 17)

Esposos, sólo falta una cosa para que esté Cristo en medio de nuestra familia: Que nos reunamos en Su nombre. Oremos en familia.

Oremos con el salmo: (Hoy por la obra de la familia) Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.

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